PUBLICIDAD

Un mundo de mujeres, ¿la última oportunidad?

Debo reconocer que siempre me he sentido mejor al lado de las mujeres que de los hombres.

Que me gustan para todo. Que compartí mi infancia con más hermanas que hermanos, ocho frente a dos, que tengo más hijas, dos, que hijos, uno. Que he tenido excelentes compañeras de trabajo, magnificas profesoras, inolvidables amigas, excepcionales escritoras como referentes. También hombres, pero de eso va la cosa, de equiparación. De sacar del agujero a esa otra parte que también lo era pero que no rezaba en los pergaminos ni recibían las mismas nóminas ni oportunidades de promoción, ni de nada.

El mundo de la mujer no me es ajeno y me gusta encontrármelas cada vez más en mi camino, que ganen cuotas de poder, que se formen, que se empoderen, que triunfen y que nos arrebatan, a los hombres que las tengan, poltronas que hemos (han) ensuciado con nuestros (sus) vicios y perversiones. Y lo hago no solo porque la inteligencia es una cosa común en el ser humano y no solo en los hombres, sino también porque deseo un mundo mujer, con mayor sensibilidad, donde la fuerza no lleve al abuso, donde un abrazo o un beso sea una muestra de cariño, no de debilidad ni de lujuria. Donde ir juntos al baño no tenga una intencionalidad morbosa o que darle al otro el pañuelo para que seque sus lágrimas no sea muestra de mojigatería sino de empatía.

 Las mujeres han tejido una maraña de códigos y usos preciosa y muy funcional para protegerse en un mundo no solo de hombres sino también machista y asquerosamente pornográfico.  Y yo quiero que nos protejan a todos con esa persistencia, sensibilidad y sutiliza, contando con todos los resortes del estado para ello y con todos nuestros impuestos.

No aspiro a un mundo controlado por mujeres. Estoy hablando de cosa distinta: quiero que hombres y mujeres vivamos bajo esas premisas que han movido a las mujeres primero a resistir y luego a luchar por conquistar este mundo. Y solo deseo participar en la colonización de las féminas, en el despertar de un mundo nuevo, distinto, más bello, más libre, más igual. Y eso no se hace con mujeres que imitan hombres, con hombres que controlan a las mujeres poderosas a la vieja usanza. El cambio no puede ser más mujeres como hombres, en convertir a las mujeres en más hombres para la industria del poder. Porque, con eso, sólo ganan ellas y poco. La verdadera revolución es aprender de la lucha de las mujeres por visibilizarse y equipararse para darle una vuelta al calcetín social, político y global que cada vez huele peor.

Los hombres no sobramos. Pero dejaremos no solo de ser el centro sino que tendremos que aprender las nuevas claves. Se acabaron los burdeles, los abusos, la ley del más fuerte, esto se hace porque lo digo yo, todas las perfecciones e imperfecciones de siglos de patriarcado. Y no vamos al matriarcado, sino a un nuevo mundo. Las mujeres que se intoxicaron con la propaganda macha tendrán que esforzarse también para abrirse camino en el nuevo mundo. Los hombres que se formaron, que entendieron a la mujer como una igual, que trabajaron con ellas con respeto, que disfrutaron con ellas dando y recibiendo en horizontal, ya fuera en el pajero o en el camastro, sin que existiera diferencia de si era arriba o abajo, no solo se merecen ser líderes sino también guías de quienes cayeron rendidos y extasiados a la atracción de un mundo ocaso que tenía a la mujer a su servicio, que ocultaba su explotación y era permisivo con su abuso.

Sé que se están dando pasos de gigante para que las mujeres nos desborden y nos guíen. Pero tengo miedo de que sean los hombres de siempre, los sibilinos, los malvados, los de risa de príncipes y comportamientos de vampiros, los que acaben moviendo también el mundo nuevo. Ya había ejemplos así. Ya sé que todos los días se construyen relaciones así. Siempre ha estado la voluntad de pintarnos un mundo feliz irreal, con la Navidad, con los Open Mall, con la telebasura y la telerrealidad. Donde estemos dando vueltas durante nuestra existencia sin percatarnos de que es un simple parque de atracciones que nos asignan mientras otros amasan fortunas, controlan poderes y deciden el futuro de todos.

Quizás las mujeres sean la última opción para salvarnos. Pero tienen que ser todas, a tropel. Porque si dejamos la revolución en mano exclusivamente de las programadas por los de siempre apenas nos cambiaran algunas luces del decorado. Un mundo de mujeres, me gustaría vivirlo, aunque ya fuera en mi senectud.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar