Mi primer amigo
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Ocurrió cuando tenía menos de seis años. Todavía no iba al colegio y mi nivel relacional se limitaba a las viviendas más cercanas a mi casa. Estaban las siete casas pegadas a las carretera Arrecife -Mácher, las tres dispersas en el flanco comprendido entre las carreteras Arrecife- Mácher y Conil y camino Peñas Blancas y las del Camino de Los Lirios, ese era mi espacio vital más frecuentado. Por no decir el único que hacía sin acompañamiento de mis hermanos o padres.
Ese era yo, más o menos en aquellos tiempos en los que cruzaba la carretera y la era para ir a ver a mi primer amigo a su casa.
En esa época, la casa de Cándido Borges y su esposa Juanita era muy frecuentada cuando se acercaba el verano. Tenía una buena era delante la casa y unos y otros vecinos se la pedían para llevar a cabo la trilla de sus cereales de esa agricultura de subsistencia. Nosotros también íbamos a trillar cebadas, lentejas, arvejas y chícharos. Extendíamos a primera hora de la mañana las matas, para aprovechar el sereno, y que la paja no quedara toda destrozada. Caminábamos encima de ella, metíamos también los burros a caminar sobre las matas secas, y poníamos planchas. El objetivo era separar la paja del grano. Íbamos retirando la paja y quedaba una muestra de granos, paja y piedras que íbamos después aclarando con la zaranda y los cribos. Cuando acabábamos, metíamos en sacos distintos cada tipo de granos y llevamos la paja y hacíamos un pajero en la parte de atrás de mi casa. Así era.
En uno de esos días debí de conocer a Sergio, al hijo menor de la pareja, que tenía tres hijos más, José (le llamábamos Pepito), Margarita y Ángeles. Gente toda de la que guardo un buen recuerdo en mis primeros años de vida.
iba casi a diario a esa casa a jugar con Sergio. Entrábamos en su casa, y jugábamos durante largo rato. De pronto, uno de los días empecé a notar un ambiente enrarecido, como si una tristeza inconfesable se acomodara en esa estancia que tan feliz me hacía visitar.
Una mañana, cuando iba a irme a Casa de Sergio, mi madre se quedó mirándome. Se trataba simplemente de cruzar la tierra de Miguel Díaz, subir la cuneta llena de bobos de la carretera, mirar para los dos lados y cruzar corriendo la vía. Ya estaba en la era de Cándido, a unos pasos de la puerta principal. Allí estaban habitualmente Sergio, sus hermanos y su madre. A su padre, a Cándido, lo veía menos.
La casa del padre de mi primer amigo, donde me veía con él antes de cumplir los seis años, era la cuarta de las que estaban por debajo de la carretera, pegadas a la misma. La primera viniendo del pueblo era la de Nieves la de Sicilia, la segunda la de su hijo Guillermo y su mujer Angélica Ganzo, la tercera pertenecía a Valentín Aparicio, aunque esa estaba más metida hacia dentro, más separada de la carretera, y ya, la siguiente era la mi amigo. Ya solo quedaba una para llegar al cruce y al camino del Hoyo del Agua, que era la de sus vecinos, los Saavedra, Carmen y Juan y sus hijos. Quedaban dos casas más, por allá del camino, entre la carretera y el camino de Hoya Limpia. Allí vivían los Rodríguez Mota y los Umpiérrez Rodríguez.
Mi madre me puso la mano por encima del hombro, me atrajo hacia ella y cuando me tenía pegado a sus faldas me lo dijo con mucha tranquilidad.
- “Hoy no puedes ir a jugar con Sergio. Hoy no. Su padre, Cándido, como tú sabes, estaba muy malito. Y se ha ido al cielo”.
Me imagino que me extrañaría que la gente se fuera al cielo con lo bien que vivíamos en Tías. Pero me hice a la idea que aquella marcha sería para siempre.
Pero reconozco que me afectó mucho más cuando, al poco tiempo, toda la familia cambió su residencia y se fue a vivir a Arrecife. Allí también se habían ido a vivir, en la misma calle, sus primos los hijos de Manuel Borges, un exportador de tomates, al que mis padres le vendían sus cosechas, Nicolás y Mercedes, que vivían en el Camino de Los Lirios también, donde hoy está el hotel emblemático, enfrente de su otro tío, Bernabé, cuyo hijo homónimo se iba a convertir en mi mejor amigo años más tarde. Pero eso ya es otra historia.
Sergio se fue a Arrecife. Me acordé mucho de él, lo echaba mucho de menos en aquellos días posteriores a su ida. Pero fue como si se hubiese ido a América. Nunca más volví a verlo, nunca más hemos vuelto a hablar. Está claro que nada compartimos más de medio siglo después, quizás ni los recuerdo. Pero quiero recordarle porque fue mi primer amigo, la primera persona fuera de mi ámbito familiar con la que mantuve una relación de amistad, seguramente parecida a la que tienen los niños hoy en las guarderías pero en nuestro caso fue en una casa, detrás de una era en la que los vecinos llenaban sus sacos de provisiones de granos y cargaban con la paja para sus animales.
Todavía hoy, cuando un vecino más joven me señala la casa, que sigue en pie aunque con importantes variaciones y la era destrozada por la conversión de la carretera en autovía, y me dice que en esa casa vivió la Miss España Helen Lindes y que su padre tenía ahí la inmobiliaria Lindes Estates, yo le respondo que antes vivió mi Sergio, mi primer amigo. Que esa casa siempre será para mi la casa de Cándido Borges y su esposa Juanita, que dejaron siempre usar a los vecinos su era para que trillaran allí sus cultivos y separaran la paja del grano. Así fue, así lo cuento. Porque los niños también tienen memoria, y recuerdos. Y un primer amigo.