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En Cuaresma y con máscara

Finalizaron las carnestolendas, y por cierto, no me gustó el gran desfile de la ciudad de Barranquilla, este año especialmente atiborrado de ritmos musicales desordenados que nada tienen que ver con la celebración auténtica de su Carnaval, declarado por la UNESCO en 2003 Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

Fue toda una afrenta a las tradiciones y a la creatividad de los hacedores de la fiesta folklórica y cultural más importante de Colombia, referente del Caribe y Latinoamérica, y a la propia trayectoria de la Batalla de Flores, el desfile sabatino de carrozas, cumbiambas, danzas, comparsas y disfraces que acaba de cumplir en 2023 nada menos que 120 años de historia, y que más por desgracia que fortuna tuve la ocasión de seguir por la tele.

Cabreo aparte, que intenté apaciguar rememorando años maravillosos al son de unas frías (cervezas), finalizó el Carnaval, el desfogue previo al recorrido de cuarenta días desde el miércoles de ceniza hasta Semana Santa, la Cuaresma, que para la Iglesia universal son tiempos de privaciones voluntarias, de ejercicios espirituales, arrepentimiento de pecados  y hasta de liturgias penitenciales que bien le vendrían bien a ilustrísimos (as) representantes públicos activos, en retiro o en postizo retiro.

En tiempos ancestrales, casi todo estaba permitido en Carnaval y los gozones salvaguardaban su anonimato con la costumbre de cubrirse el rostro o ir disfrazados. Aquí en Lanzarote, el pueblo de Las Breñas tiene una fiesta carnavalera donde es imprescindible participar disfrazado y con el rostro cubierto, una  peculiaridad que promueve la creación de disfraces de diseño y confección casera  aportando ingeniosas caracterizaciones individuales, por pareja o en grupo.

Sí, acabó el ‘carnem levare’, la despedida temporal de la carne, la festividad desenfrenada para satisfacer las necesidades del cuerpo y dedicarnos ahora más al espíritu, eso en teoría es lo que toca en esta época de Cuaresma.

Hay políticos, y no políticos, sin embargo que en verdad nunca se han desenmascarado ni lo harán. El cantautor panameño Rubén Blades, dice en su canción ‘Plástico’: “recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón. No te dejes confundir, busca el fondo y su razón...”. No esperamos que se quiten el disfraz de “buenos” ni en días sacros, aunque terminemos descubriendo su verdadera identidad.

El valor de la palabra parece relegada a una simple añoranza de la época de abuelos. De sus bocas hemos escuchado con resignación y nostalgia lo que era un “pacto de palabra”. La palabra iba a misa y tenía mayor  validez que un papel firmado.

Respetar la palabra era respetar al interlocutor pero sobre todo era respetarse a sí mismo. Por eso en este Carnaval permanente en el que hemos convertido nuestra sociedad, amamantado por el vergonzoso ejemplo que dan algunos padres de la patria, sería saludable poner mayor atención a lo que decimos y escuchamos y aumentar nuestra capacidad de crítica y reflexión, que allí siempre estará el arte y la cultura para ayudarnos.

Y termino a ritmo de  guanguancó recordando al  extraordinario músico de jazz y salsa, compositor, conguero y director de orquesta, el maestro Ray Barretto (1929 – 2006), el hombre que dio el chance de debutar como cantante al gran Rubén Blades, ese es Barretto, ‘El Rey de las manos duras’, que en los setenta soltó “alalae, quítate la máscara, vení, veré,  ven, quítate la máscara, hechicera...”

Alguna vez leí que la grosería siempre demuestra que no se nos ha ocurrido nada inteligente, y lamentablemente estamos plagados, y cansados también, de palabreros que ni siquiera tienen la inteligencia de optar por el silencio.

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