El gran ausente
- Manuel García Déniz
Nos esperan batallas electorales reñidas (VI)
La política es un carrusel permanente de hombres y cada vez más mujeres que vienen y se van de lo público. Tengo la costumbre de ir a las tomas de posesión de las distintas corporaciones locales y hacer el esfuerzo de ver aquellos que entran en el momento en el que saldrán. Es un ejercicio absurdo, posiblemente, que he ido practicando al ver antes ese paseo festivo el día que entran y el de luto, casi duelo, cuando abandonan contra su voluntad el cargo, los privilegios y el poder. En el mismo acto se entremezclan las emociones de quienes celebran la llegada al poder y de quienes ya ni se acuerdan de cuando ellos vitorearon también lo que parecía para siempre, ahora sumidos en la tristeza personal y en el olvido colectivo. Esa montaña rusa de emociones que inicia y acaba el tiovivo de los años de ejercicio público danzando en la gloria irreal de lo nuestro es mío.
He visto a la misma persona reír y llorar en el mismo sitio. A punto de sentarse en el sillón del poder, jubiloso, y de levantarse, lloroso, del mismo. Y lo peor de todo es que muchos de ellos solo han dejado detrás de sí una sombra alargada pintada sobre la apatía propia y la decepción ajena. Han llegado al poder sin darse cuenta, sin proyecto ni pretensiones. Y lo abandonan con la única pena de perder los privilegios personales que nunca se merecieron pero que tan bien disfrutaron. Podría dar una ristra interminable de adoradores del becerro de oro que he conocido en la política, una lista inmensa de simplones hasta el extremo de que no conocerle límites a su ignorancia ni atrevimiento. Pero, en lugar de eso, prefiero dedicarle unas líneas a quien yo sí creo que intentó, aunque sin éxito, hacer algo diferente, algo necesario para Lanzarote.
Ya sé que a muchos les sorprenderá que les hable de David Felipe de la Hoz Fernández, un hombre clave en la Coalición Canaria de Lanzarote de los últimos años, que ha sido completamente fagocitado por la organización. Fue el hombre bueno que aspiraba a darle mayor dimensión a Lanzarote en Canarias, contando para ello con el que era el factótum del partido en la isla, Pedro San Ginés. Fue su secretario insular, secretario de organización nacional y hombre de confianza del secretario general y presidente de Canarias, Fernando Clavijo. Era su hombre de confianza, pero no quiso cultivar la adoración del líder ni olvidarse de su papel. Tenía un encargo de su gente de Lanzarote.
Era su segunda legislatura en el Parlamento de Canarias, quedó como vicepresidente de la Cámara y lideró el desembarco de los lanzaroteños nacionalistas en el gobierno de Clavijo. Y jugó fuerte. Quería que no solo se estuviera en el gobierno sino que se mandara en el gobierno. Que Lanzarote mandara en el gobierno de acuerdo con su cuota parlamentaria que daba apoyo al mismo. Cayó la Consejería de Turismo, Cultura y Deportes, toda una superconsejería con tres patas poderosas. Pero no quería solo la cabeza, la consejera, una títere al servicio del tejemaneje urdido ya por grancanarios y tinerfeños para que, al margen de quién fuera la consejera o consejero, ellos seguían haciendo y deshaciendo desde sus entresijos ocultos.
David Felipe, nieto de alcalde y uno de los mejores jugadores canarios de balonmano de todos los tiempos, tenía la suficiente cintura para discutirle a Clavijo la necesidad de que Lanzarote no fuera solo la guinda de la consejería. Y aceptó el presidente y se puso manos a la obra. Y movió a muchos lanzaroteños que acabaron en la consejería. Buscó perfiles pero se encontró solo con egos. Movió a mujeres y hombres de Lanzarote buscando implantar el ser lanzaroteño en la consejería, algo perdurable más allá de la legislatura. La idea era muy buena. Pero podría decir una relación de “pánfilos, pánfilas y pánfiles” que embarcó en la operación, que se entretuvieron más en disfrutar de forma placentera del ascenso que de aprovechar la oportunidad que se les daba de crear algo nuevo. El buscar que Lanzarote dejara de ser en la política canaria un invitado, que dejaba en manos de los líderes regionales de los partidos su voluntad, y que pedía mucho pero que no recibía ni lo que prometían. Algún día habrá que explicar en qué consumieron el tiempo y dinero aquellos “falsos adelantados” que eligieron abandonar el objetivo para actuar, en beneficio propio, como el ejército de Pancho Villa.
David de la Hoz, al que motivos personales le han impedido cultivar con más cercanía su mensaje político, intentó algo que hay que repetir tantas veces como sea necesario. Si Lanzarote, como isla, como emporio económico y social, quiere tener el peso que se merece en el contexto de Canarias, hace falta tener más solidez en las instituciones canarias que la mera presencia de consejeros y consejeras apuntaladas por los de siempre y parlamentarios de quita y pon que están más preocupados por facturar ellos que por elevar a la isla al nivel que le toca.
David, que ha tenido una última legislatura parlamentaria y una estancia en el Cabildo en estos cuatro años anodinas, forzado por sus detractores al ostracismo, deja una buena herencia que tiene que ser retomada desde que se pueda por el que quiera: hacer de lo lanzaroteño una corriente dentro del poder regional como ya han conseguido los palmeros y los gomeros, aunque los grancanarios y tinerfeños lo quieran todo para ellos. Solo por ello, bien ha valido el pase por la política de este hombre tranquilo que desaparece de la escena política pero que deja un camino hecho que deberán transitar otros. Así lo creo.