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¡Ya vienen las listas!

Nos esperan batallas electorales reñidas (X)

Ya están aquí. Poco a poco empiezan a aflorar los nombres y apellidos de los que optan a cargo público electo y su acompañantes necesarios. En la lista descansa la promesa humana de los partidos, es la suma de los brazos y cabezas que aspiran a responsabilizarse de la gestión pública y de quienes prestan su nombre e imagen, teóricamente de forma gratuita, para aupar a los primeros de la candidatura al sillón de la correspondiente corporación o parlamento. En todas las listas hay personas que saben que no van a salir elegidos. También en todas hay gente que se cree que va a salir elegida, aunque finalmente no lo sea. Pero no en todas las listas hay gente que vaya a ser elegida, a pesar de que todas las  candidaturas se presentan con el objeto de meter a algunos de sus miembros. Hay listas que sacan representación y listas que no llegan al 5% de los votos válidos emitidos y no entran siquiera en el reparto que se fundamenta en la ley D´Hont. Entre los que no van a salir, están los que lo saben, los que lo dudan y los que son engañados por sus propios cabezas de lista y líderes locales con encuestas desconocidas o alimentando falsas expectativas.

Por la propia exigencia de la conformación de la lista, hay gente que no va a salir. Se obliga a que la lista lleve tantas personas como concejales o consejeros quepan en la corporación correspondiente o se elijan en la circunscripción correspondiente y añadan dos o tres suplentes. Es materialmente imposible, en un escenario medianamente democrático, donde concurrirá más de un partido, con una ley de distribución de escaños proporcional, que un único partido saque todos los concejales o consejeros de una institución. En el casi imposible caso que se diera, siempre quedarían los suplentes como testimonio de que hay gente que va en las listas sin pretensión personal alguna. Que lo hacen por ideología, por solidaridad con el candidato o porque les importa un bledo que su nombre figure aquí o allá.

Pero estos  días, superada ya hace tiempo la fase de nombramiento de cabezas de lista, donde la pugna es menor, porque son más los que creen que pueden ir en una candidatura a partir del segundo puesto que encabezando la misma. Personas que no se consideran líderes, pero que aceptan de mala manera que se pongan a otras y ellas queden excluidas.

 Se van dando listas de unos y otros partidos. Coalición Canaria, el PSOE y el PP, las tres principales y mayores organizaciones políticas de Lanzarote ya las han completado y publicado y, en esa misma tarea, con el afán de darlas a conocer de un día para otro, siempre antes de que se acabe el plazo de su presentación en la junta electoral, están los otros partidos más pequeños, algunos recién nacidos, ex profeso, para estas próximas elecciones del 28 de mayo.

De esos tres partidos grandes, que ya tienen sus listas, se percibe la ordenación de intereses en las listas. Quiénes van en puestos seguros, quiénes se mueven en tierra de nadie y quiénes han sido condenados a la exposición pública sin posibilidad alguna de rascar nada, salvo promesas del tipo de “si gobernamos, te arreglamos”, dejándoles caer la posibilidad de un puestito de asesor o similar. Esas tretas son usadas por todos los partidos. Unos abusando más de la fórmula, otros con más acierto y los que se ganan el reproche de sus afiliados cercanos que ven que les quieren vender lo que ya saben que no van a tener. Es la liturgia del poder, sus alrededores y cloacas en el momento estelar del ser o no ser. Y es, precisamente, ese “no ser” lo que incendia las cafeterías y bares del día después de aprobar la lista en el correspondiente comité, consejo o asamblea. Los descartados sin miramiento, los que fueron dejados fuera de la lista de los elegidos, de la lista de los elegibles, son los primeros en hacer una lectura crítica de todos aquellos que salen en puestos buenos en la candidatura. Y a ellos le dedican lindezas varias. Hubiesen hecho exactamente lo mismo, si hubiesen sido otros completamente distintos. Lo único que hubiese cambiado ese análisis demoledor, con más hiel que corazón, con más rabia que razón, es que hubiesen sido sus propios nombres los que hubiesen figurado en la maldita lista, convertida así en dichosa. Pero de ser así, las cafeterías hubieran estado igual de llenas de decepcionados afiliados y exabruptos de calibre grande, dando asiento y café a los que hoy son vilipendiados. No hay lista perfecta. No hay lista universal. Lo único que justifica hacer una u otra es que se consiga el objetivo de poder ganar y poder gobernar con la mayor solvencia. Y garantizar que cuenta con los apoyos necesarios para conseguir el máximo apoyo.

Son cosas elementales. Pero hay a quienes les tiembla el pulso o ceden al chantaje emocional de los más cercanos. Si es así, lo que sale de allí no solo no es lo mejor sino que contará con la oposición de los mejores y más influyentes. Y, en ese caso, se corre el riesgo de frustrar una buena oportunidad. De ser los que le dan alas al rival, a pesar de haberlo tenido todo al alcance para conseguir el objetivo. Pero quizás sea la primera prueba, no superada, de que no se tiene la madurez necesaria para gestionar con templanza, equidad y benevolencia los recursos públicos. Quienes consiguen desvirtuar ese propósito de que estén los mejores son los listos que deberían quedarse fuera. Si no es así, que con su pan se coman su fracaso.

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