Los otros somos nosotros
- Alex Salebe Rodríguez
El próximo 5 de noviembre harán 20 años que mis padres nos regalaron un libro sobre la única alternativa civilizada para cultivar o recuperar los valores humanos universales en un estado permanente de conflictos y de grandes conflictos, como las guerras. Son esos valores, como el respeto, los que nos dan una esperanza para asentar una convivencia mínima y duradera. Tengo la fecha exacta porque el libro está dedicado con la muy buena pluma y muy buenos sentimientos que tenía mi viejo.
La alternativa es precisamente la convivencia, la convivencia en el hogar y en el cúmulo de espacios y situaciones que compartimos cada día desde que atravesamos la puerta principal de casa. Los otros somos nosotros, porque siendo diferentes, somos iguales en lo esencial: todos y todas somos y nos reconocemos como seres humanos que compartimos un mismo planeta.
Entendimos mi familia y yo que el regalo de 320 páginas era un sano recordatorio sobre la infinidad de enseñanzas y experiencias que atesoramos desde niños en la escuela hogar y un sano recordatorio también para que las mismas fuesen replicadas entre nuestros hijos y sobrinos.
Y uno de mis sobrinos estuvo de visita esta semana en Tenerife para asistir junto a dos colegas suyos a un congreso sobre transporte e innovación en la movilidad sostenible celebrado en la Universidad de La Laguna, una ocasión inmejorable y bien aprovechada por mi mujer y yo para encontrarnos con él después de estar sin vernos personalmente durante casi cinco años.
La familia es o debería ser la primera y más importante escuela de convivencia como núcleo fundamental de la sociedad. Allí se plantean los primeros conceptos de espacio, solidaridad, tolerancia y respeto que luego, y que casi que sin darnos cuenta, van a caracterizar nuestras actitudes y comportamiento social.
Dice el escritor estadounidense Richard Bach, conocido por la publicación de su novela corta ‘Juan Salvador Gaviota’, que “el vínculo que une a la familia no es de sangre, sino de respeto y goce mutuos”.
Reencuentros como el que acabo de vivir en Tenerife son un ejercicio práctico de las relaciones interpersonales criadas en el hogar, que seguro cada uno vivimos a nuestra a manera en el clima de confraternización del que hemos participado activamente desde muy pequeños.
Son momentos de disfrute donde te pones a pensar y a valorar más la importancia de la educación impartida sin manual por nuestros padres, tíos y abuelos, de gente mayor con un grado de experiencia que generosamente nos transmiten educación y valores.
No importan gustos o afinidades de cualquier índole porque de la convivencia también forma parte el debate o la confrontación de ideas, lo que importa es el afecto y el cariño, que aunque dicen que es conveniente exteriorizarlos, a veces con la percepción es suficiente. Y es verdad que cuando los haya, es mejor que los conflictos queden en familia porque la solución difícilmente la encontraremos en jardines ajenos.