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Las urnas, de nuevo las urnas

 

Nos esperan batallas electorales reñidas (XXXV)

Parece  que fue ayer, pero será de nuevo pasado mañana. Habrá que volver al colegio, con el carnet de identidad en una mano y dos sobritos en la otra. En menos de dos meses, nos han despachado nuestra soberanía tanto a nivel municipal como insular, regional y estatal. El domingo, chico, dan por zanjada nuestra capacidad de decidir como miembros de un estado de derecho y social y ponen en manos de nuestros representantes populares todo el poder de lo público. Se acabó. En apenas dos meses, nos han dejado en la cuneta y se subrogan toda nuestra capacidad de decidir. Lo harán en nuestro nombre, pero en beneficio suyo.

Tendremos que votar en unas elecciones generales, cuando todavía se están poniendo los sueldos los que hemos elegido hace apenas dos meses en el ámbito más cercano, cuando se están firmando pactos y repactos que son la “releche”. Tiene su gracia. Y hasta su punto de provocación. Sin querer, recuerdo una de las conversaciones de dos políticos lanzaroteños, hace unos años, en una terraza de un restaurante de la siempre animada avenida de Playa Honda. Cuando yo estaba más preocupado por haber quedado expuesto al sol, sin la protección de la sombrilla, llegan a mis oídos unas palabras que me hicieron perder el interés por el solajero para prestar atención a la conversación con mis dos acompañantes ocasionales. Eran amigos, pero cargos públicos por distintos partidos y teóricos rivales en el debate muchas veces impostado de gobierno y oposición en el Cabildo de Lanzarote.

  • “Pero, mira, o nos ponemos unos límites o los que vamos a salir perjudicados vamos a ser nosotros mismos. Hoy por ti, mañana por mí. Pero no deberíamos estar criticándonos públicamente, ni darle pábulo a los periodistas con nuestras cosas, con nuestros sueldos, con nuestras dietas, con nuestros regalos. Porque al final es lo único que nos llevamos de esto y la gente mucho chau, chau pero todos harían lo mismo y son los primeros en tratarte de tonto si sales de la política con una mano detrás de la otra”.

Me quedé mirando al otro político. Me olvidé por completo del peligro de golpe de calor que corría con la calva desnuda al peso del medio en plena solajera. Y esperé la reacción del otro político, que acababa de meterse en la boca un trozo de mero a la plancha, demasiado reseco para mi gusto, pero que él mantuvo en su boca, masticando despacio. Más que masticar, parecía que estaba pensando qué decir. Y por un momento creí que si pensaba como masticaba (con la boca abierta y retirándose las espinas con los dedos del bolo alimenticio), habría noticia. Acabó de masticar, se bebió un sorbo de vino, dejando escapar un ruidito vulgar de absorción forzada y empezó a hablar.

  • “Eso no está mal encaminado. Pero se podría ver la buena voluntad de ustedes, que están en el gobierno, con una cosa que quiero proponerte y que le verás su sentido. Que te parece si ustedes enchufan ahí al hijo de fulano (lo de fulano lo pongo yo, él dijo el nombre que yo no quiero ahora recordar) y nosotros en el Ayuntamiento que gobernamos les metemos a aquel que tú me decías el otro día. Así nadie dirá que es un enchufe. Porque, claro, que entre en un ayuntamiento un familiar de un político del partido que no gobierna eso nadie lo va a ver como un enchufe”.

Ambos quedaron mirándose mientras yo, haciendo como si no estuviera allí, los miraba de reojo, para no romper aquella ceremonia “tan brillante” que acaba de presenciar. Levantaron sus copas de vino, brindaron y se quedaron mirando para mí riéndose a carcajadas: “Tú, García, es que eres muy iluso. Vamos a ver, ¿Quién pelea si pueden salir ganando los dos sin arriesgar nada?”. Y se volvieron a reír, para seguir masticando igual de mal que gobiernan, pero disfrutando de un mero, lo mejor del mar, que para mi gusto seguía estando un tanto reseco. Y no precisamente porque no hubiera salsa en la conversación. La imagen no tenía desperdicio. Era una verdadera estampa de lo que se llama la casta. Políticos de uno y otro bando poniéndose de acuerdo para preservar sus privilegios a espaldas del pueblo. “Cualquiera haría lo mismo”, era la máxima. Estuve a punto de explicarles que su conclusión entronca muy bien con la teoría de juegos del maravilloso John Forbes Nash. Pero lo que realmente me apetecía decirles era que estaba más acorde con los pasajes también inolvidables del Padrino.

En estos días, donde vi primero la critica que se hacía al sueldo del presidente del Cabildo y el silencio con el que se cierra después el tema, me acordé de aquel día de calor y sofoco cerca de la marea. El verles a unos y a otros, a consejeros, concejales y alcaldes defender el cobrar lo máximo recomendado como si fuera una obligación me retrotraía a la casta, a la desconsideración de todo lo que representa lo público para beneficiarse ellos mismos, mintiendo con saña, alevosía y desparpajo para trincar todo lo que se pueda y dando la mejor imagen. “A la gente le da igual lo que cobremos mientras trabajemos. De hecho, algunas personas me lo han dicho estos días”, dijo el alcalde de Yaiza, Óscar Noda, cuando fue preguntado en una emisora de radio por qué se había subido el sueldo al máximo recomendado, como también hicieron los socialistas acaldes de Tías, San Bartolomé y Haría y los nacionalistas de Teguise y Tinajo.

Si en algo hay unanimidad en la política insular de Lanzarote, es a la hora de trincar para ellos. Lo dicho, la casta. Y no ha hecho sino empezar; ahora vendrán las dietas por viajes, el enchufe de amigos y parientes y las concesiones a empresas cercanas y demás. Pero, eso sí, que la gente no se entere.  Silencio, a callar, chitón: “chis, sss”, chis, sss”. Y ahora a votar el domingo. ¡Suerte!

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