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Otra temporada de Café (¡y mala leche!)

Cualquier día, un día cualquiera, cambia nuestra rutina sin apenas percibir los cambios que se vienen produciendo para que eso se ocurra. Hoy estamos y mañana dejamos de estar. Se produce en todo, aunque se nos hace más duro y cruel cuando afectaba a partes estructurales de nuestra cotidianidad vital: la muerte de una persona querida, la pérdida del trabajo, la ruptura emocional con la pareja de toda la vida y cosas así. Por eso, hoy, un día antes de volver a sentarme ante las cámaras, en Café de Periodistas, 17 años después de que iniciara esa experiencia televisiva, voy a intentar reflexionar y escribir sobre las dificultades y exigencias de tan larga experiencia como intensa exposición pública. La ventaja de hacer de la profesión una forma de vida es que se puede uno permitir ampliar las vacaciones parciales un mes más que el resto de los compañeros. 

No debe ser muy fácil mantenerse desde octubre de 2006 en un programa, líder en audiencia local, como tertuliano, tratando los temas más candentes de la isla. Lo digo porque soy el único de todos los que ha invitado el director del programa, Jorge M. Coll, que ha repetido todas las temporadas, las 18. Unos por unas cosas y otros por otras, no  han superado la prueba del tiempo. Han sido 18 temporadas, todas desde el inicio de las emisiones de Lancelot TV, aquel mismo año que yo me inicié. Compartí debates de sobremesa, unas más calientes, otras más frías, con periodistas como Pedro César Quintana, Paqui Trujillo, Gregorio Cabrera, Domingo Rivero, José Ramón Sánchez, Carlos Inza, Usoa Ibarra, Andrés Martinón, Gloria Artiles, Francisco Pomares, Francisco Chavanel y un montón de profesionales más. Han sido 17 años cargados de noticias, de cambios de gobiernos, de nuevas incorporaciones políticas, de crisis económicas bestiales e, incluso, hemos sufrido una pandemia horrible que mató a miles de personas. Pasan muchas cosas, han pasado muchas cosas, durante 17 años. Ya no se puede cambiar, ni impedir, como tampoco se puede alterar que sea el único tertuliano que se ha mantenido desde el principio, hace 17 años, al lado (a veces enfrente)  de Jorge Coll, que no era precisamente mi amigo cuando me invitó a formar parte de esa experiencia televisiva, que era nueva para él también (aunque guardaba muy buenos recuerdos de nuestros inicios en la revista Lancelot de los años 80).

Cualquier día, a cualquier hora, se puede producir cualquier cosa que cambia todo. En los medios de comunicación, ese riesgo se eleva a la enésima potencia. Más cuando la relación contractual goza de una debilidad histórica. Se meten todos los días muchos intereses en una coctelera que sí o sí tienes que utilizar. Tienes que dar noticias y opinar sobre cosas que afectan e interesan a terceros. Todos los días. Además, lo haces en un sitio pequeño, donde todos nos conocemos, donde en la telaraña social se entremezclan vínculos empresariales, sociales y familiares cocidos de manera burda pero sensibles de exaltación inesperada. No es nada fácil. La empresa tiene intereses, tú tienes intereses, los patrocinadores tienen intereses, los enemigos tienen intereses, los políticos tienen intereses. Todos tienen intereses y cualquiera puede hacer que tu cabeza ruede. No sería la primera vez. Pero solo hay una manera de sobrevivir en esta jungla invisible: no tener miedo. Ni a los grandes ni a los chicos. Gordos ni flacos. Blancas o negras. Solo esa facilidad para decir las cosas como las crees, con honestidad, te salva del miedo a caer. Igual que manos envidiosas de dentro y de fuera te intentan ahogar, otras manos igual de poderosas te empujan hacia arriba si tienes la fuerza para encarar lo extraordinariamente arriesgado con naturalidad.

Mañana, me reincorporo a “Café de Periodistas” sabiendo que es un espacio al que me llevan para decir lo que yo pienso. Para el resto, ya están los demás. Convencido de que todos los que vienen a mí, y me cuentan que piensan esto y aquello de lo otro,  desde que les dices que vayan ellos a decirlo públicamente se arrugan y se callan. No acepto más presiones que mis propias convicciones. Son casi cuarenta años de profesión. Los suficientes para haber conocido a decenas de cobardes que se han hecho millonarios, y siguen igual de cobardes, tramposos y narcisistas. Están convencidos de que son el centro del mundo, que nadie ni nada importa más que ellos, que son los hijos del buen dios cuando simplemente representan las virutas infernales.

Cualquier día, puedes dejar de ser. Pero nadie puede impedir ya lo que has sido. Menos todavía, cuando has sido lo que has querido ser. Y quién ha sabido gestionar adecuadamente las filias y las fobias, las ventajas y desventajas de mi presencia durante 17 años en ese lugar al que vuelvo mañana, ha sido Jorge Coll. Y estoy seguro que no lo ha hecho para hacerme un favor a mí. Que es, a su vez, la mejor manera de hacerme un favor. No me verán decir lo que no piense o crea. El día que tenga que actuar así, ese día dejaré de ir. Lo he hecho siempre.

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