Alberto Morales, el adiós de un hombre tranquilo
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Ayer, jueves, día 20 de febrero, sus familiares, amigos y compañeros del sector empresarial y la política despidieron, emocionados, a Alberto Juan Morales Betancort. El día antes, había fallecido en el Hospital Universitario Doctor José Molina Orosa, donde se encontraba ingresado desde hacía unas semanas por la complicación de una dolencia que sufría.
Me entristeció la noticia de su ingreso hospitalario al enterarme por comunicación de su cuñado, mi buen amigo Bernabé Borges. Precisamente, gracias a mi relación con él, conocí a Alberto cuando él me doblaba la edad, yo era un “teenager”, que merodeaba por casa de su suegra Cristobalina en el centro del pueblo de Tías, y Alberto ya era un treintañero que nos contaba su experiencia como jugador de fútbol, cuando nosotros hacíamos nuestros pinitos en los infantiles del Tías. Y todavía me apenó más saber del triste desenlace por un amigo común.
Me entristece y apena por ser familia de unas personas a las que tengo especial aprecio y cariño. Pero mucho más por la relación que mantuve con él a partir de su incursión, primero, en el asociacionismo empresarial (Felapyme) y, luego, en la política insular, como un convencido socialista, donde fue consejero del Cabildo y concejal en el Ayuntamiento de Arrecife, en los tiempos en que fue alcalde su amigo Enrique Pérez Parrilla.
Alberto era un hombre tranquilo, poco dado a la polémica. Alejado siempre del ruido mediático y de las controversias interesadas. Era una persona que yo calificaría de tímido ante la multitud pero de un sentido del humor muy peculiar en ambientes más íntimos. Pasé buenos ratos con él, hablando de política, bromeando de muchas cosas y comiéndonos las anchoas de Santoña en el stand de Cantabria en Fitur. Era de esos hombres que parecía reírse para dentro, que marcaba la risa en su cara pero que apenas emitía sonido, como si no quisiera molestar a nadie. En realidad, nunca quiso molestar a nadie, que yo sepa. Y prefería ignorar a combatir, un saludo a un insulto.
En la política encontró momentos para alejarse de su actividad empresarial, para empatizar con el sector de otra manera y para hacer amigos entre rivales políticos. Tuvo sus momentos malos, pero supo aguantarlos y superarlos. Como yo pensé que iba a superar este último trance, sobrevenido cuando no lo esperaba. Pero siempre hay, en la vida de todos, un último escollo. La partida es inevitable, irremplazable cuando llega el momento. Y al amigo Alberto le llegó a sus 73 años.
Mi más sentido pésame a toda su familia y muy especialmente a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y cuñados.
Descansa en paz, Alberto. Hasta siempre, amigo.