El escenario electoral
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
Nos esperan batallas electorales reñidas (VIII)
La convocatoria de las elecciones nos pone ante 54 días donde las maquinarias de los partidos políticos y sus zonas de influencias se activan de manera excepcional. Estamos ante las oposiciones más caras, con el jurado más amplio y donde chocan las ambiciones de los cerebritos más megalómanos de la sociedad. Dicen que compiten por servir pero, en realidad, lo hacen para mandar. La prueba es que no todos los que ganan nos sirven. En cambio, sí todos nos mandan. Aunque algunos, con sus actitudes, su inutilidad y su inoperancia adónde nos están mandando no se pueda escribir por muy mal que huela su teórica gestión y que uno de los grandes de la literatura y del realismo mágico, el colombiano Nobel Gabriel García Márquez, acabara su novela el “Coronel no tiene que le escriba” con semejante palabra, obviando miramientos ajenos.
Estamos ya en el escenario de las elecciones locales. Y hasta el 28 de mayo, el entorno se transforma para servir de escenario a todos esos que quieren ser nuestros alcaldes, concejales, presidente/a del Cabildo, consejeros, diputados, más consejeros y presidente/a del Gobierno de Canarias, Por supuesto, se suman también a la fiesta todos esos que aspiran a ser asesores, a que se su empresa tenga trato de favor y similares. También se suman afiliados de corazón que creen en los ideales de su partido, aunque, después, se dé preferencia a las cosas más banales cuando se alcanza el gobierno. En ese momento, de disfrute postelectoral, lo prioritario ya no es acabar con la pobreza, sino subirse ellos el sueldo; ya no es prioritario subir las becas, sino enchufar a los de la lista que no han conseguido entrar y descansar durante años del esfuerzo de estos dos meses.
Pero desde ayer, martes, día 4 de abril, fecha de la convocatoria, en plena Semana Santa, la calle huele a listas electorales recién sacadas del horno, a programas en elaboración donde se ponen todas esas cosas de las que no se habló en estos últimos cuatro años. Y todos los aspirantes, a una media de siete por cada puesto, se citan en sus sedes electorales, salen a la calle con panfletos y mercadotecnia para visitar a los propios y extraños ofreciéndoles un mundo mejor. La cosa alcanza su punto más pintoresco o caricaturesco cuando el vecino ve tocándole en su puerta al/la que lleva cuatro años negándole una respuesta a sus inquietudes. Y encima se lo dice, y se ríe. Como si todo fuera un teatro, y el vecino dejara de serlo para convertirse en un mero elector. Como si debiera no tener memoria y tuviera que tragarse, incluso con buena cara, la mascarada electoral que interpretan algunos, más al filo de la desvergüenza que del candidato demócrata que atiende al juego electoral.
Salimos a la calle y es un primor. La calle huele a nueva. Se ven a trabajadores quitando la hierba que se acumuló durante los cuatro años y que volverá a brotar libre el 29 de mayo. Se ven más trabajadores pintando blanco sobre negro en carreteras y autovías para devolver las rayas continuas y discontinuas al espacio de circulación pública, cambio incluso de barandillas, como si los impuestos de rodaje (IVTM) se pagaran solo cada cuatro. Pones la radio, y oyes a políticos cantando sus obras y exageraciones, al más puro estilo de los niños de San Ildefonso, como si estuvieran esperando que les tocara el gordo en esa raja donde nos piden que metamos los sobres con sus nombres en ristra.
No faltan los regalos. Eso sí, siempre con dinero público. A veces de forma encubierta, provenientes de las mordidas tipo Tito Berni y demás familiares. En otras, directamente sacadas de la hucha pública, para repartirlas entre asociaciones y grupos “valiosos” electoralmente sin más tino que el de agradar y pescar a río revuelto. Todo lo que se vea mover en estos días que nos esperan saldrá de lo público. Unas directamente de la hucha y otras a cuenta, a pago diferido, en futuras obras, servicios o sueldos. No te quema la menor duda. No he visto a nadie gastarse un duro de su bolsillo a fondo perdido en unas elecciones. A nadie. Y son ya muchos años viendo el percal. El problema grave es que ese dinero que tiran y nos “regalan” tan alegremente es el mismo dinero que nos quitaron a “punta de pistola” fiscal, so pena de recargos y embargos en caso de que no atendiéramos las convocatorias de forma voluntaria. ¿De forma voluntaria? ¡Qué gracia!
Cada vez que viene un periodo electoral y veo cómo avanza entre obras alocadas, políticos en fase mitómana y banderolas, carteles y campañas en redes de todos los tamaños, me acuerdo de una octogenaria y encantadora vecina de Tías. La pobre, viuda y sola, ahorraba todos los meses parte de su mísera pensión, renunciando a cosas básicas, para conseguir tener la contribución lista para cuando le avisaran del Ayuntamiento. Esa mujer de ayer, como muchas hoy, apenas saben que esos seiscientos o mil euros que ella ahorró con tanto sufrimiento y pagó sin remedio acabarán muy posiblemente en el sueldo de un concejal inútil, un asesor más inútil o simplemente servirá para financiar una comida en la que se reúnen unos y otros a contarse boberías. Es verdad que también hay otros dineros que se dedican a otra cosa. Pero no es menos cierto que todo el dinero público debería dedicarse a mejorar la calidad de vida de los vecinos, proporcionándoles mejores servicios y mejoras en las infraestructuras. Y, desgraciadamente, lo que no se ve al finalizar un mandato, precisamente, son obras y servicios nuevos. Que los únicos que han mejorado de una forma grosera, inmerecida y desvergonzada su calidad de vida son los que vienen a nuestra casa, puerta a puerta, a ofrecernos un mundo mejor. Es verdad que a estas alturas de la película, ya son muchos los vecinos que, cuando oyen tocar y abren sus puertas y ven que son dos testigos de Jehová, respiran tranquilos. “Por lo menos estos ya sé de qué van”, dicen, mientras ven pasar al alcalde y su banda como tiros en busca de la empichadora que ya se oye aproximarse. Restan 54 días, 53, 52, 51… qué caro nos va a salir.
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