Posiblemente, los lectores que me han seguido a largo de estos más de treinta años de artículos aquí, allí y más allá y siempre “a mi manera de ver” sepan ya de mi especial relación con la lucha canaria. Y, entonces, ya no les producirá ni sorpresa ni alboroto cuando diga que mis héroes de la infancia no fueron los pistoleros más rápidos del siempre presente lejano oeste, fueran de película o de novelas Estefanía, ni los muchos personajes de Comic que me tragué en horas y horas de lectura cada vez que mi padre llegaba de viaje con un saco lleno con más de un centenar de cuentos. Ni Jabato, ni Capitán Trueno, ni Tarzán, ni tan siquiera los hermanos Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón, que leía con fruición en mi más tierna infancia, competían con mis héroes de carne y hueso (y muchísimo músculo y destreza).