PUBLICIDAD

OBITUARIO Emilio Hernández, un hombre del deporte

El pasado sábado, día 17 de enero falleció, a los 69 años de edad, Emilio Hernández, un hombre que vivió durante toda su vida vinculado al deporte.  Voluntarioso, pasional  y trabajador incansable desplegó su actividad tanto en la faceta informativa deportiva como en la parte organizativa de distintas especialidades, preferentemente de deportes autóctonos. Tanto es así que murió sin poder dejar la presidencia de la vela Latina, deporte que le encantaba y al que dedicó muchísimos años.

 Hace unas semanas, coincidí con Emilio Hernández en el Ayuntamiento de Arrecife. Desde que me vio , marcó su risa característica, me dio un abrazo  y me preguntó con su voz inducida por la traqueotomía, que tanto me recuerda a mi padre, operado como él de un cáncer de garganta, que cómo me iba. No sé qué le contesté pero sí recuerdo, que al verle su inseparable carpeta, le pregunté si seguía metido en la vela. "Sí, Manolo, pero ya lo dejo. Ya está bien. Ahora que venga otro que no voy a estar toda la vida". Y se equivocó, sí iba a estar hasta el final, aunque ya estaba todo preparado para dejarlo.  Se fue un hombre de la vela, del deporte en general y de la información deportiva.

Conocí a Emilio Hernández hace unos treinta años. Desde la discrepancia, con militancia y sensibilidades distintas. Con experiencias y propósitos encontrados. Eran los años en los que ser de un medio de comunicación o de o otro ya era una trinchera ( ¿realmente ha cambio mucho eso?) y encima vivimos la creación de la Federación de Lucha Canaria con visiones distintas. Él, con todo su apasionamiento y experiencia personal, ya rondaba los cuarenta años, se aferró al planteamiento local, al de la recién creada Federación Insular que presidía Juan Pérez. Yo, en cambio, sin cumplir los veinte años, y en pleno periodo universitario, aposté por una federación regional (o nacional, o mundial, porque es la única que hay) más dinámica para que pusiera los cimientos a una lucha canaria que con los cambios sociales no quedara relegada a espacios marginales.

 Pero las cosas no son ni blancas ni negras. Las tonalidades  de gris enriquecen cualquier espectro. Pero Emilio Hernández era capaz de defender su posición, su isla y su tradición por encima, incluso, de la razón.  El conflicto estaba servido.  No faltaron insultos ni descalificaciones y sobró hasta alguna amenaza a aquellos que no defendían lo que él entendía que era fundamental. Recuerdo, de aquellos años de plomo y discordia, finales de los ochenta, en la lucha canaria una visita del programa La Luchada, donde Emilio se encaraba con José Manuel Pitti, completamente salido de si, mientras yo no sabía qué hacer ni cómo explicar a qué venía aquello.  Era un fósforo.   Se encendía de inmediato pero, al rato, se daba cuenta y dejaba salir sus buenas intenciones.

Como la vida es un pañuelo, lanzarote, una islita, y los medios de comunicación de la isla se reducían a Lancelot, donde estaba yo en aquellos años,  y a los de Agustín Acosta, acabamos encontrándonos en la misma trinchera. Mi llegada a la revista La Voz de Lanzarote, en 1988, y el desempeño de la jefatura de redacción no parecía un buen plato para Emilio. Pero, aún así, los dos pusimos de nuestra parte, y la cosa fue cuajando. Nunca me faltó al respeto y siempre era el primero en entregar sus colaboraciones, que era casi un cuarto del periódico, a veces hasta 25 páginas de 100. A medida que iba pasando el tiempo y se normalizaba la relación, se gastaba sus bromas y me contaba sus historias en las federaciones de lucha canaria, petanca y vela , en las que estuvo en diferentes épocas y me soltaba alguna de sus sonoras sentencias.  Cuando llegaba, sobre las doce a mi despacho, cargado de sobres con folios mecanografiados (sí, a máquina de escribir, en aquellas época no había ordenadores)  y  más de cien fotos  recién reveladas ( sí, reveladas, que no había digital), me lo imaginaba en su casa, durante horas y horas, "aporreando" la máquina de escribir con dos dedos y haciendo un ruido monumental sin dejar de gesticular y encomendarse a los demonios.

Quería al deporte como nadie. Quizás, de forma enfermiza, pero entregada y voluntariosa. Adoraba a los deportistas y en ese ambiente era feliz. Disciplinas como la petanca no hubiesen tenido la trascendencia que tuvieron sin un Emilio que igual estaba en la federación que escribiendo cuatro o cinco páginas semanales en La Voz. Lo mismo se puede decir de la vela, donde compartió protagonismo mediático con Andrés Fuentes, otro de los cronistas estrella de la vela latina de los años ochenta y noventa, aunque él se sumergió en la organización federativa y se convirtió también en una referencia de capacidad y tesón en esta faceta. Uno de sus orgullos últimos era decir un día sí y otra también lo buen árbitro que era su sobrino,  el primer lanzaroteño que participa en la liga de las estrellas del fútbol español. Y en eso, como en otras muchas cosas, tenía razón.

Echaré de menos, en mis paseos por el centro de Arrecife, la irrupción sonriente en mi camino de Emilio Hernández. Un hombre al que conocí desde la diferencia pero que respeté por su entrega y defensa al deporte en general  y muy particularmente a los canarios. Un hombre que dejó su huella, que se superó con el tiempo y supo ganarse la consideración de todos los que le conocimos y tratamos.

Recordaré siempre la sonrisa de Emilio y su voz de traqueotomía que tanto me recuerda a mi padre y que disfruté por última vez hace unas semanas en Arrecife.

Descansa en paz, amigo. Hasta siempre, Emilio.  

 

 

Comments are now closed for this entry