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El mitin (el encuentro)

Recorrido electoral  (31)

Banderías partidarias, sintonías identitarias, sillas de madera, camisas con siglas y sueños de triunfo. Camaradería a raudales, hermandad y esperanza en un futuro más nuestro. Garbanzadas al  sol y abrazos de compromiso. Es la escenificación de la apuesta electoral, el inicio del camino que habrá que compartir con la mayoría para conquistar el poder. Se abre el telón de la campaña, es el mitin, es la fiesta por excelencia de la campaña. A veces, muchas veces, sólo se reproduce el escenario pero no se presenta el comunicador, el agitador de masas, y simplemente aparece un impostor con ganas de disfrutar de las mieles del poder. Y se cae la fiesta. Todo se transforma en soez, sin orador no hay mitin, no ha emoción, no hay hilo conector que haga que los afiliados, como simples bombillas, reciban la descarga eléctrica necesaria para encenderse y transmitir su rayo de iluminación que se convierte en explosión de luz al pasar del individuo al colectivo, del afiliado y simpatizante a la comunidad.

 

 ¡Qué difícil es encontrar a un buen orador y qué fácil dejarse llevar cuando aparece! Ahí surge el mitin, su retórica discursiva, la voz quebrada de quien habla, que grita y llora, que entusiasma y enfervoriza, que cura de las penas pero enferma de pasión. Pero no quedan buenos oradores, simplemente hablan relatores de obras y proyectos, de promesas de infraestructuras y bajadas milagrosas de impuestos. Ya sólo queda la mentira se ha esfumado la magia.

Pero no siempre fue así. Tampoco en Lanzarote. El mitin es un género de comunicación especial, que necesita de hombres y mujeres que caen en un trance cuando se colocan delante de la multitud y le dan un micrófono: "Compañeros, compañeras", aplausos, sintonías, banderas, emoción  y aquel hombre o mujer acalla la música, la algarabía y sólo deja que los aplausos surjan de la multitud en momentos que él calcula, mide y disfruta. Comienza en fase descriptiva , se extiende reivindicando y estalla, eufórico, en su compromiso de solución: "Nosotros sí podemos. Claro que podemos. Somos nosotros". No importa el contenido, lo que se transmite es emoción, erosionarse la ropa por dentro con los pelos puesto de punta, sintiendo la emoción en cápsulas naturales de éxtasis empático.

Sólo a dos políticos lanzaroteños los he visto en ese trance revelador, envolvente y entusiasta. A Enrique Pérez Parrilla, en la filas socialistas, y a Dimas Martín, en las del insularismo. Ejemplos de izquierda y derecha discursiva, distintos en el contenido y en las formas, despertaban esa pasión en sus filas. Pérez Parrilla, un hombre más tímido y reservado, se crecía y se desbordaba en el escenario, quebrando su voz, con la cara desencajada, y plenamente entregado levantaba los aplausos de la parroquia emocionada. Y Dimas, más suelto, más farrucho, ya amenazaba con armarla sólo con ver su forma de caminar y saludar mientras se acercaba al escenario. Y llegaba y la armaba. Embriagado por su propio ego, convencido de su superioridad, soltaba por aquella boquita las mayores burradas con tal de agradar a sus seguidores que los veían como un dios sin límite ni remedio. "A estos del Puerto se les va acabar el cuento. El cuento y los whiskitos en el Casino a costa de todos nosotros. Ya está bien, hombre" y aplausos y más barrabasadas y más aplausos.

Solamente había otra persona capaz de superarlos o igualarlos. Pero dejó la política y se refugió en el periodismo.  Y donde intervenía salía la fuerza de su voz, la inmensidad de su pasión, la creencia que dentro de sí vivía un líder natural asfixiado por sus propias contradicciones. César le calificó como la voz del atlántico, y él siempre confió en sus posibilidades de arrastrar a las masas, de teclear el "on" de corazones soñadores. Efectivamente, era Agustín Acosta.

En estos últimos años sólo he visto a una persona joven que prometiese llevar esa fuerza. Se llamaba Olivia Cedrés, era candidata al Congreso de los Diputados por el PSOE en el 2004, y sorprendía a los socialistas por su fuerza, por su entrega, por su determinación a la hora de enfilar un texto ajeno en medio de la multitud. Prometía pero no tuvo paciencia. Quiso comerse el mundo en dos días y acabó con la boca rota. Una pena. Marcos Hernández, su compañero, como candidato al Senado, tenía rabia y pasión, pero le faltaba léxico, continuidad, contenido. Pero hay cosas que se aprenden por muy innatas que se consideren. El saber las debilidades  y las fortalezas ya ayuda a mejorar. A reorientar las preferencias para que descansen  en lado bueno y escapen de las turbulencias de las dudas.

Ahora, de la pollería nueva, de los que apuntan a puntales de la cosa política me gustan Loli Corujo, Astrid Pérez, César Reyes, Fabián Martín   y Gladys Acuña. Se transforman y se divierten mientras hablan. No caen en el error de los otros de hacer una relación de obras, quieren empatizar y emocionar y pueden llegar a conseguirlo.

El mitin es un género muerto. Las redes sociales y los medios de comunicación de masas lo han reducido a un recurso de apoyo, donde sólo van afiliados y simpatizantes muy cercanos.  Pero también se han muerto porque no hay encantadores, no hay oradores, porque el político se olvida que todos los grandes líderes convencieron con la palabra y los gestos no con las obras, que vinieron después. Quien domina el mitin domina la escena. Quien triunfa en el mitin, triunfa en la redes sociales y en los medios de comunicación porque sabe cuál es la esencia, porque descarga toda sus energía allí donde cree que hay alguien que conquistar y empatizar mientras se recrea.

El mitin es como una noche romántica. No importa que sea verdad o mentira lo que se cuenta. Lo importante es que exista atracción, que mientras la mente rebusca en recuerdos placenteros los sentidos los supere y los haga alcanzables. En un ambiente cargado de sensualidad,  donde mandan las curvas y se desbordan las pasiones, nadie exige el sometimiento a la máquina de la verdad. Se deja llevar ante quien le dice que su mundo es posible y que ya está aquí.

Sí, yo he sentido eso alguna vez. Y cuando oigo las sintonías, veo camisas con las siglas de un partido y un montón de gente arremolinada cerca de un micro, espero que surja la fiera y se los coma a todos y ellos tan felices.

El mitin es la fiesta de las elecciones. Pero sólo cuando hay mitinero. Las garbanzadas sí son lo de menos.     

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