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El cuento de las Vv (I)

Como en la famosa serie aquella del año 1983 "V alienígenas", las Vv, o sea, las viviendas vacacionales, parece que vienen a Canarias para quedarse, que nos han colonizado, ¡una vez más!, trabajando desde el lado oscuro, en plena economía sumergida, sin dar más señales que las ofertas que cuelan en páginas individuales y colectivas en internet. En la playa, en el monte, en zona residencial, en zona turística, en zona rural y en cualquiera de las islas, y muy especialmente en Lanzarote, que es la segunda isla canaria, después de Tenerife, donde tienen más presencia, donde han encontrado la oportunidad, de forma legal o no, para echar unos sacos de cemento y levantar unos bloques ha florecido un negocio sin control que ha dado grandes beneficios a sus promotores. Eso ha sido así. Les guste o no a quienes han amasado una fortunita desviando a casi uno de cada cuatro turistas que llegan a la isla del destino turístico  normalizado a esta otra cosa, que de forma ilegal e insolidaria, sin control ni contribución,  han estado facturando en negro, a espaldas de la administración, y usando ellos, y quienes hospedan, unos servicios públicos por los que no pagan. Así de claro. Y así de evidente. Entienden por qué no nos parecemos a los países nórdicos en servicios públicos potentes, transparencia pública y administración eficiente.

Podríamos ser generosos con los políticos y decir que este movimiento se ha producido a sus espaldas, que este movimiento es difícil de detectar, que son gente que llega al aeropuerto, se dirige a la vivienda vacacional y no deja rastro. Pero, eso, claro, es mentira. Los alcaldes y todos su concejales, en municipios como los de Lanzarote, saben a la perfección dónde se están produciendo los movimientos de tierra que acaban convertidos en monumentales viviendas vacacionales, saben a la perfección el continuo trasiego de entradas y salidas que se producen en la vivienda de al lado, donde no paran de entrar y salir turistas durante todo el año y, por supuesto, saben que el coche de alquiler que está aparcado delante de su puerta y que cambia de color cada equis días no es un camaleón. Claro que lo sabe. Tanto lo sabe que algunos políticos, de los que intentaré hablar también, han estado participando directamente, y sin escrúpulos en el floreciente negocio, tan rentable como ilegal.  Lo que no sabe el político lanzaroteño por lo general,  y me imagino que es extensible a otros muchos lugares, es hacer otra cosa que no sea actuar con complicidad del delincuente y actuar de acuerdo con la ley y los intereses generales. Debe ser que, en su afán de beneficiarse de la gestión pública, es más eficaz este tipo de comportamientos.

Pero, puestos a rizar el rizo, el ilegal, el que vive al margen de la ley, el que se ha enriquecido de forma insolidaria y con la connivencia cómplice,  ya no le basta con que los obligados a aplicarle la ley no lo hagan. No, coño, no. Ahora quieren ser ellos la ley. O hacer ellos la ley. Y hacerla, además, a su capricho. ¡Faltaría más! Que recoja todas y cada una de sus tropelías y, además, lo hace  blandiendo la hipócrita argumentación de los beneficios que tendrá para la administración la legalización de lo que ellos han hecho en contra de la ley, en complicidad con los que tendrían que velar por su cumplimiento.

De locos, de alienígenas total.  Pero el mayor escándalo es que la administración, con su consejera lanzaroteña al frente, la misma que aportó como experiencia en el turismo haber trabajado unos meses en el departamento de contabilidad de una empresa familiar en el sector, además de ser hermana, amiga y compañera de no sé quiénes, aprueba un decreto para regularizar el entuerto y todos aquellos que se quedan fuera llevan más de un año facturando a sabiendas de la administración en la más absoluta ilegalidad. ¿ Y qué hace la consejera? lo de siempre, reunirse con los ilegales y prometerles que les solucionará el problema, que no se preocupen. Y ellos siguen con la maquinita a pleno rendimiento, haciendo su agosto en un año donde todos los meses son agosto. Y esos chiquitos buenos que han llenado la isla de villas, bungalows, casas rurales y demás especímenes, y que siguen estando fuera de la ley, poniéndose las botas y con el consentimiento de la propia administración que legisla pero que no inspecciona.

Y no estamos hablando, como intenta promover en su exposición de motivos la normativa, ante ciudadanos anónimos, que de forma individual y explotando recursos familiares, ponen en el mercado una vivienda vacacional. No, señores. Estamos hablando, en muchos casos, de verdaderos tiburones que tienen decenas de villas al margen de la ley y con las que se forran que ni les cuento. De pena. Ya les sigo contando.

 

 

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