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¿Las Vegas en el Reducto?

El público en el concierto de Rosana observado desde el Arrecife Gran Hotel

Llegué a la Playa del Reducto cuando ya mucha gente estaba allí esperando el inicio del concierto de Rosana, pero todavía no estaba el gran mogollón. Venía caminando desde la zona del Cabildo, con mi hija mayor, Carolina, que estaba encantada con ver, de nuevo, a la artista lanzaroteña en la isla. Sabíamos que sería un gran espectáculo de colofón de las fiestas de San Ginés, rematado con la tradicional quema de fuegos artificiales. Era ya de noche y la incesante multitud que se dirigía al espectáculo en este viernes festivo en Arrecife, 25 de agosto, daba una imagen poco frecuente de una ciudad cotidianamente vacía, sin grandes aglomeraciones, ni tan siquiera en la calles peatonales. Tenía la sensación de estar en una gran ciudad, en un espacio urbano, animado por buena música, en un verano caliente, donde las personas de todas las edades ahorran en vestimenta y derrochan en alegría.

Entonces, vi unos camiones cruzados en la avenida, barreras inmensas de hormigón en los accesos a la zona y un despliegue policial importante, como merecía la zona y la concentración de personas que se esperaba. Se lo comenté a mi hija, le recordé que estábamos en alerta 4 en todo el Estado por los ataques terroristas e hicimos algún comentario piadoso de las víctimas del atentado en Las Ramblas, en las que hemos estado en unas cuantas ocasiones junto con sus hermanos. Seguimos caminando ya en la playa intentando llegar lo más adelante posible, para estar cerca de donde Rosana se iba a erigir en profeta en su tierra natal. Detrás de nosotros, un mogollón, una riada humana se acomodaba a lo largo de la playa. Le digo a Carolina que va a ser una cosa histórica, y que nadie más de Lanzarote es capaz de concentrar a tanta gente. Le digo eso de "pueblos pequeños, infiernos grandes", que es más fácil despreciar lo bueno conocido que aceptarlo y disfrutar de la suerte que has tenido de que, esta vez, la artista que se recorre el mundo impresionándolo es tu vecina, la que conoces de pequeñita, a la que has visto toda la vida pegada a una guitarra, que sus curvas eran una continuación del instrumento musical, otro de sus atractivos.

De pronto, me entró una enorme angustia. Estaba metido en un sembrado de más de 30.000 personas, en una zona acotada, donde una mínima estampida se convertiría en una masacre. Me fijé de nuevo en una de las ventanas del Arrecife Gran Hotel, el edificio más alto de la capital de Lanzarote, más de sesenta metros de altura y  a sus pies está la playa, hoy, el concierto, más de 30.000 personas disfrutando con Rosana y su música.  Busqué la sombra de aquel hombre ( creo que era un hombre, aunque podría ser una mujer. La distancia del punto observado y mi galopante miopía no admiten demasiadas certezas en este sentido). No tenía encendida la lámpara más próxima a él, la luz le venía desde otro espacio de la habitación del hotel, lo que le dejaba en una siniestra penumbra. Le sigo mirando mientras empiezan los aplausos y el jaleo típico del inicio de un concierto. Oigo la voz de Rosana que saluda y veo que el hombre se retira con lentitud de la ventana. Su sombra se desplaza en la habitación y vuelve de nuevo a la ventana. Quiero decírselo a mi hija, preguntarle si ella cree que, dentro de los controles de seguridad, se ha chequeado a los huéspedes del hotel  y se han inspeccionado sus cosas. Le digo algo pero ella me mira, me sonríe y sigue bailando. Intento quitarle importancia y también disfrutar del entusiasmo de Rosana, que estará a punto de derretirse con su nuevo éxito en Lanzarote. Lo volvió a hacer. Cómo hace 20 años, cuando también llegó, vio y venció todas las resistencias pueblerinas y nos encandiló a todos.

  Volví a mirar, de reojo, como no queriendo dejarme llevar por los malos pensamientos, a la ventana. Seguía allí. Y entonces fue cuando tuve la sensación de Deja Vú. Me fue completamente familiar la situación y me acordé del autor de novela negra sueco Jo Nesbo y de su obra "El redentor".  En ella, un hombre mayor, armado con un rifle, apoyado en la ventana de una suite del Hotel Plaza de Oslo apunta a la multitud, tiene a miles de personas a su alcance, que disfrutan sin percatarse del peligro del concierto de navidad, en un ambiente frio pero jubiloso. De forma inconsciente, esa lectura de días antes, se había acomodado en mi cerebro al darse situaciones parecidas de riesgo, activadas en mi cerebro, seguro, por el reciente atentado de Barcelona y las medidas de seguridad tan visibles en la entrada del concierto. Y el miedo, o la seguridad, de que el gigante resucitado hace unos años, el Gran Hotel, era el mejor puesto para atacarnos con un arma.

Encontrarme estos días en la televisión con las imágenes del tiroteo de Las Vegas me ha hecho volver otra vez al redentor de Jo Nesbo y a mis miedos del concierto de Rosana. Ver con la facilidad que Stephen Paddock convirtió la suite del piso 32 del hotel Mandalay Bay en una trinchera arsenal me ha puesto malo. Un concierto a los pies de un gran hotel que acaba convirtiéndose en blanco y puesto de tiro, respectivamente, de una masacre. En Las Vegas había  22.000 personas, en Arrecife más de 30.000. Me estremece sólo pensarlo. Más todavía cuando mi hija eligió estas fechas para estar en Lanzarote porque le recordé unas cuantas veces que era el concierto de Rosana. En Las Vegas murieron 58 personas y quedaron heridas de bala unas quinientas, en el que ya es el ataque con disparos en USA con mayor número de fallecidos. Intento recordar a 58 personas conocidas mía, incluidos nosotros dos, que estuvieran en el concierto. A quinientas no creo que llegue. Acabo destrozado sólo con el ejercicio mental . ¿Y para qué? ¿Y por qué?

Prefiero pensar en la ventaja que tenemos en Lanzarote con que no exista la Asociación del Rifle ni se haya enmendado la constitución para que podamos portar armas sin el mínimo control. Cada vez nos sentimos más vulnerables. Es lo que llaman los efectos silenciosos del terrorismo. Aquí nos va más el fuego lento y cadencioso de Rosana. 

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