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Anónimos, perfiles falsos y otros “valientes” del siglo XXI

Las personas anónimas, no aquellas indiferenciadas por pertenecer a la generalidad, sino aquellas otras que necesitan ocultar su nombre para disfrutar siendo tal como son, sin filtros ni apariencias, han encontrado en las múltiples redes sociales y las diversas formas de comunicación actuales un enorme divertimento. No buscan, por lo general, posicionarse ellos ni su virtudes,  sino desgarrar, con especial virulencia, a enemigos, rivales y hasta “amigos entrañables” en su cotidiana existencia fingida.

 No soportan ni la fama ni la popularidad ajena, mucho menos las de que aquellos cercanos que envidian a rabiar aunque convivan con ellos diariamente, muchas veces desde una posición pelota y servil, que actúa, a su vez, de carga explosiva para su virulencia enredada. No hay cosa que produzca más placer que seguirles el rastro y descubrirles, sacarles del anonimato, también de forma anónima, para verles actuar en su doble condición,  y mirarles cómo actúan, o sea, desde el mismo anonimato, aunque en esta ocasión como simple mirón que disfruta viendo como el “honorable” vecino y entrañable amigo, todo generosidad y fruto de exquisita educación, desenvaina su ira y su verdadera personalidad oculto detrás de los matorrales de redes, seudónimos y bilis, donde se considera seguro.

Los hay que crean falsos perfiles y otros que inundan de mensajes ofensivos cualquier publicación de la persona que convierten en objetivo de sus obsesiones. Los hay que son militantes de partidos que pertenecen a la escuadra legionaria de la organización, de la que reciben el pan y el cargo. También abundan los que se consideran los desheredados universales, a pesar de que disfrutan de calidad de vida gracias a todo lo contrario. Pero los peores de todo, por reducir su exposición anónima  a intentar zaherir a amigos y conocidos, son aquellos que disparan sin contemplaciones ni  recato contra todo lo suyo. El infeliz en cuestión, ajeno a que todo movimiento deja su huella, y ciego de ira, muestra su incompetencia donde no pone su nombre.  Y, entonces, es tan fácil seguirle y reírte en su cara, con tu nombre, apellidos y cara, delante de los suyos, de sus devaneos de burro disfrazado de zorro, que sin su nombre certifica su calaña moral, intelectual y afectiva.

Les recomiendo a los que son diana de estos personajes, al margen de denunciarles a la policía si el juego traspasa las líneas de la legalidad, el poner un poquito de atención a su IP, a su formas de hablar (no a las de escribir, que tratan de fingir con faltas ortográficas imposibles y expresiones intencionadamente erróneas), a las cosas que aluden, porque muy pocos, en la imbecilidad que tan gratamente les acoge, caen en que son tan propias de ellos como su nombre y apellidos. Entonces, cuando combinando diferentes técnicas y rebuscando en los numerosos ataques del Fofito del barrio, encuentras al personaje, comienza el otro juego: el de decirle en su cara todo lo que se te ocurra, menos que sabes que es él. Es el momento de disfrutar dejándole actuar, que se esmere en los halagos, que solicite tu favor, que se meta con tus enemigos de esa forma con la que te zahiere a ti en su doble vida de justiciero.

 Y si ya quieres llegar al culmen, casi al orgasmo, recorre todo el itinerario con un amigo común, donde primero le muestres la vida secreta de esa tercera persona y, luego, compartas con los dos los bufidos que muestra el anónimo descubierto al criticar a gente que hace lo mismo que él. Es tan bonito, tan ejemplarizante, tan liberador, tan divertido, que casi compensa tener amigos así. No creo que haya mejor ejercicio para saber hasta dónde puede llegar una persona, hasta donde se puede estirar la personalidad y el comportamiento de la misma persona en sus relaciones más próximas. Dudo que haya un ejemplo mejor para avisarnos de las cautelas que hay que tomar tanto más con esas personas que conocemos de toda la vida que prefieren dirigirse a nosotros como extraños en las redes sociales. Desgraciadamente, o afortunadamente, vaya usted a saber, las redes sociales nos ayudan más a saber cuánto desconocíamos a los que van de amigos y personas cercanas que a trabar nuevas amistades. Y todo porque, al contrario de lo que piensan ellos, las huellas en las redes son más fáciles de seguir que en la propia vida real, donde las conversaciones se las lleva el viento y los miedos impiden que se transmitan cosas que sólo desde lo que se cree anónimo surge con apasionamiento febril. No cabe duda de que es una oportunidad para conocer mejor a los falsos amigos, a los verdaderos enemigos y a los legionarios de la dignidad muerta y la cobardía viva. Así que aprovechen.

 

 

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