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¿Y a mí cuándo me van a hacer el test?

Parte de guerra (10)

Martes, 14 de abril de 2020.  Día trigésimo primero de confinamiento. Son las cuatro de la madrugada. Después de 31 días de confinamiento (¡y lo que te rondaré, morena!), ya hemos interiorizado un montón de cosas nuevas. Nos hemos acostumbrado a usar un montón de palabras médicas, hablamos del coronavirus SARS-CoV-2 como si siempre hubiese estado entre nosotros, a pesar de que es el gran desconocido, además del causante de todos nuestros males actuales y futuros. Que no serán pocos.

Después de más de 35 años hablando y escribiendo de políticos y políticas, de necesidades sociales  y proyectos públicos de toda índole, ahora vivo sobresaltado todo el día con los datos de altas hospitalarias, que no debo confundir con altas epidemiológicas o víricas, y entradas y salidas de las Unidades de Vigilancia Intensiva (UVI) de toda la vida que pasaron a llamarse Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) más tarde y que ahora llaman Unidades de Medicina Intensiva (UMI) en reconocimiento a los especialistas que las llevan que son los  Facultativos Especialistas de Área de Medicina Intensiva. Nomenclatura parecida a la que se emplea en otros servicios hospitalarios. Verbi gratia, Servicio de Medicina Interna, o de Pediatría, o de Cardiología y demás. La especialidad de los médicos tiende a nombrar el servicio. Y tiene su lógica, aunque a mí se me escapa todavía el viejo nombre que nos asustaba cuando pequeños. “Chacho, el vecino está en la UVI. Este ya no escapa”, se solía decir en mi pueblo de Tías y servía de saludo mientras pasaba, al alba, uno montado en su burro por delante de otro que le ponía la albarda al suyo para dirigirse a las tierras a coger tomates o cebollas.

En Italia, yo no sé si llamarán a estas unidades UVI, UCI o UMI pero con solo verlas en plena batalla contra con la Covid19, me asustan. La masificación da una imagen de la dimensión de la tragedia.

 

Pero el verdadero pico de todas las conversaciones de hoy en día, en plena pandemia de SARS-CoV-2, por el miedo que provoca la enfermedad que produce, la Covid-19, es una pregunta recurrente, que no atiende a ninguna respuesta por lógica que sea: “¿Y a mí cuándo me van a hacer el test?”. Y todos conocen ya a alguien que, teniendo síntomas, no han querido hacerle el test. Y están, todavía, los más rebuscados y desconfiados que sueltan, en forma de bombas de racimo, que los test los quieren solo para los sanitarios y los conocidos. Pero no crea usted que esa es una impresión exclusiva de los más ignorantes del lugar. Salta en las conversaciones de los más avezados ignorantes de la medicina y la logística sanitaria que, acostumbrados a los excesos que permite don dinero en épocas de paz, se les olvida que en tiempos de guerra lo que está en juego es la vida de muchas personas. Y que sus ansiedades y miedos habrá que tratarlos. Pero no usando los test que son necesarios para diagnosticar a enfermos que les puede costar la vida el no proporcionarles el tratamiento adecuado en el momento oportuno. Está claro que si ellos fueran esos pacientes de riesgo mortal estarían reclamando precisamente lo que ponen los protocolos. Pero no porque lo consideraran lo más justo y práctico, como definen científicos y médicos, sino porque es lo que le interesa a él en ese momento. O sea, lo de siempre.

Nada es infinito, ni tan siquiera suficiente, en tiempos de pandemia con virus nuevo de alto contagio y mortalidad elevada. Parece lógico, entonces, que se administren los recursos con más cabeza y lógica que nunca. Pongamos sentido médico a la cosa. Estaremos todos de acuerdo con que lo principal es evitar muertes innecesarias y daños irreparables subsanables ahora. Desde esa perspectiva ya tiene sentido no colapsar los recursos sanitarios limitados con impactos sin trascendencia vital. Y, además, en caso de que tenga síntomas leves, le hayan hecho o no el test, la recomendación es la misma. “Váyase a casa, se aísla y, en caso de que los síntomas se agraven, llame”.  Eso es así, con y sin test. Entonces tiene su lógica no estar estresando el sistema y los recursos si no tiene trascendencia médica. ¿Qué usted quiere saberlo para quedarse tranquilito? Pues, chico o chica, yo también quiero ir a Madrid a ver a mis hijos, hacer bici,  pasear por el campo, tomarme un cafelito por ahí, ir a comer con los amigos, darles besos y abrazos a mis seres queridos y todas esas cosas pero es que estamos en medio de una pandemia. Y hay que aprender a vivir con solidaridad y administrando nuestras angustias e incertidumbres con estoica resignación.

Después está la parte científica de los test que nadie quiere entender, las propias limitaciones y sensibilidades de los “cacharros” en cuestión para detectar virus o anticuerpos, dependiendo si usamos PCR o test rápidos para diagnosticar. Lo que queremos, o por lo menos eso es lo que percibo yo, es que nos hagan el test a todos. A los 47 millones de españolitos y españolitas, tengamos o no síntomas, más, ahora, con la excusa de los asintomáticos que van regando por ahí carga viral a discreción. Y queremos creer, además, que estos test son tan infalibles como los que usan las mujeres para saber si están o no embarazadas. Así, si nos dicen que no estamos, y nosotros nos volvemos a cupular pues sanos para siempre. Claro, sería cojonudo. Pero la cosa no es tan sencilla. Nos dicen, primero, que los test hechos en asintomáticos pueden dar falsos negativos. O sea, que usted va, se hace el test, y está convencido de que si sale negativo y no vuelve a intercambiar flujos con nadie está bueno, pero no lo estaba. Y como usted creía que no estaba embarazado o embarazada, que el virus nos mete caña a hombres y mujeres por igual, contagia a todos sus contactos directos. Claro, como el test dio negativo usted se va a ver a sus padres y abuelos y les manda unos abrazos y unos besos de oso pardo tirando a blanco y los queridos viejitos entran en la UVI/UCI/UMI gracias a esa confianza que cogió usted al dar negativo. Si hay algo peor que el exceso de precaución es el exceso de confianza.

Atención Primaria juega un papel fundamental en el control y atención de personas con síntomas y de los enfermos por Covid19 que se queden en su casas aislados. Centro de Salud de Tías, homenaje a los sanitarios.

Si algo deberíamos saber a estas alturas, después de un mes largo de sobresaturación de información sobre el coronavirus, su enfermedad, respiradores, estrés de mercados de productos sanitarios y UVI/UC/UMI colapsadas, es que no tenemos ni idea de estos temas. Porque estamos ante algo nuevo, sí, pero también porque, hasta ahora, nos hemos peleado por nuestras ideas, por nuestros intereses, por nuestros partidos y partidas, y hemos dejado de lado las necesidades de dos pilares básicos de lo más justo de los estados modernos, la educación y la sanidad públicas. Los sanitarios lideran la lucha contra un virus muy peligroso pero la ignorancia también es muy peligrosa y contagiosa. Algunas cosas, incluso en estos momentos de máximo estrés e incertidumbre, se solucionan con un poquito más de educación. Por parte de todos. Yo, el primero. Aquí estoy intentando aprender todos los días, con fuentes varias y de todo tipo. Siempre fiables. Y así seguiré hasta que el virus nos libere.

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