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San Bartolomé y economía de los cuidados en un escenario post COVID-19

La reciente reinauguración del centro de mayores, situado en el casco de San Bartolomé, en los tiempos que corren representa un importante avance en la atención a nuestros y nuestras mayores. Debemos priorizar el mantenimiento de las capacidades físicas y cognitivas de ese segmento de población puesto que, una vez más, hemos podido constatar un alarmante déficit de espacios sociosanitarios que permitan cerrar el ciclo integral en el cuidado de estas personas.

 El actual Gobierno regional manifiesta tener voluntad de cambiar esta realidad con respecto al rumbo que seguían sus antecesores (a tenor de los datos); en principio, han comenzado a dotar de una mayor ficha financiera y de un plan de acción que todos hemos recibido con cauta alegría.

 Conscientes de esa situación, en nuestro municipio habíamos planificado un proyecto ambicioso que nos habría permitido, con el apoyo de otras administraciones, recuperar el tiempo perdido y dotar a nuestra población de esas plazas y servicios de los que carece de manera intolerable.

 Sin embargo, la crisis económica ocasionada por la pandemia de COVID-19 nos obliga a reprogramar y redimensionar ese ambicioso proyecto y adaptarnos a las limitaciones presupuestarias a las que nos vamos a ver sometidos.

 Pero, a pesar de esta imprevisible situación, nuestro compromiso con los y las mayores y dependientes continuará siendo el eje fundamental de este mandato, porque se lo debemos y, además y precisamente, por la durísima lección que ha supuesto la pandemia de COVID-19.

 Evidentemente, nada puede competir con la dureza de las cifras de mayores que han fallecido en residencias, pero sin perder de vista los daños causados a esas otras personas que, aunque por fortuna no han padecido la enfermedad, sí han sufrido sus consecuencias.

 Todos los especialistas nos advierten sobre el deterioro cognitivo que están experimentando nuestros mayores como consecuencia del confinamiento, privados de sus salidas, de los ratitos de sol, de la charla en la calle y, sobre todo, de las visitas de hijos y nietos.

 Una de las tareas urgentes que nos aguarda, tan pronto podamos hacerlo con seguridad, será esa: acercarnos a ellos y ellas para ayudarles a romper ese aislamiento, para proponerles actividades que impidan que sigan mermando sus capacidades como consecuencia de una situación para la que era imposible prepararse.

 Insisto en esa idea. Era imposible estar preparados para el auténtico desastre que se nos vino encima. Sin embargo, podemos y debemos capacitarnos para combatir las dramáticas secuelas que el coronavirus ha provocado.

 Por eso hemos priorizado obras tan necesarias como el Centro de Tercera Edad de San Bartolomé, el Centro de Respiro Familiar o la puesta en marcha de planes que nos permitan garantizar el bienestar de nuestros mayores.

 Vamos a poder hacerlo porque ya veníamos trabajando en ello. Como ejemplo, el Plan contra la soledad no deseada: si cuando empezamos a trabajar en esta iniciativa la considerábamos como prioritaria, hoy nos parece absolutamente urgente.

 Vamos a hacerlo por nuestros mayores, porque lo necesitan, porque lo merecen. Pero lo vamos a hacer, también, porque hay toda una economía de los cuidados que hemos ignorado durante demasiados años.

 Proporcionar bienestar a mayores y dependientes supone, además, generar oportunidades para nuestra gente joven, para sus nietas y nietos. Una parte importante de la inversión que hagamos en proteger a quienes más lo necesitan retornará en forma de nuevas oportunidades laborales.

 Por eso hablo de inversión, negándome a ver el cuidado de nuestros vecinos como un gasto. Trato de comenzar un camino en pro de los que han dado mucho por salir adelante, proyectando todos sus esfuerzos en acercarnos a los modelos desarrollados en los países más avanzados y con una dilatada experiencia, donde invertir en la economía de los cuidados ha llevado a grandes dosis del estado del bienestar.

 ¡Ese es nuestro reto!

 

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