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El truco del almendruco

Uno empieza a estar harto de tanta charlatanería, mensajes subliminales y recomendaciones derrotistas para el futuro. Y esto, sin olvidar lo evidente (de que estamos jodidos y estaremos aún más como no espabilemos). Esto, repito, no deja de ser el truco del almendruco. Cuanto más nos recreen los oídos diciéndonos que estaremos como una pasa –arrugados y bien exprimidos- más predispuestos estaremos a que nos sigan metiendo los goles. Con la excusa del “mal menor” vamos dejando hacer. Juegan con nuestro miedo, controlan nuestras raquíticas carteras y nos exprimen el corazón a su antojo. Nos llaman idiotas y nos dejarán sin mañana, pero el dinero seguirá estando en manos de pocos.

Los recortes sociales no se hacen para los mejores adaptados al sistema económico, sino para los sectores más empobrecidos y castigados socialmente. Como los que mutilan no se encuentran en el grupo de los desheredados, ni afecta a los amigos, pues importa poco que los más humildes dejen de ser tratados como ciudadanos.

 Impasibles, estamos viendo cómo retroceden los derechos sociales y laborales, cómo disminuyen los servicios básicos, cómo se fomenta la precariedad del empleo, se someten a los asalariados; se lanzan consignas interesadas contra los empleados públicos con objeto de distraer la atención sobre los excepcionales privilegios que algunos tienen o tratan de encubrir insólitos negocios para lo que necesitan que se eliminen servicios públicos.

 Hay que recortar, reajustar, racionalizar…, pero no se corresponde con el nivel de exigencia. Los gobernantes evitan aplicar para sí lo que exigen a los otros. No se produce a la inversa. No existe el mismo rigor para el que exige que a quién se exige. Y la tragedia, sigue siendo, para quien la vive. Sólo se atreven con los trabajadores. Toca ahora desprestigiar a sindicatos, desmantelarlos, anular el derecho a la huelga y evitar que el pueblo se manifieste. Una vez controlados ya no habrá vuelta atrás, pero si habremos vuelto a un triste pasado.

 Pongo en duda que los que rigen nuestros destinos quieran aplicar normas más justas si con ello se merman sus intereses y abultados privilegios. Es lógico, ya que tienen “sus buenas razones” para no hacerlo. Lo probable es que, por el contrario, ajusten a su medida las reglas y leyes para facilitar su acomodo y “parapeto-aforado” aunque con ello se produzca la desconfianza y la desintegración social.

 Curioso resulta, por ejemplo, que los anteriores gobernantes sean actualmente asesores bien remunerados de las empresas que privatizaron ¿Casualidades de la vida? Quienes exigen más sacrificios y más horas de trabajo a los demás, son los que se permiten desatender sus puestos de trabajo-político para navegar con su velero en cualquier época del año, arbitrar partidos en cualquier parte del mundo, asistir a ferias y reuniones de sus formaciones políticas en cualquier día laborable y lugar de España. Como son expertos y tienen muy claro cuáles son las prioridades ellos son los más adecuados a la hora de exigir, hablar de recortes y sacrificios.

Cada vez más me inclino a pensar que si algo hay que cambiar no podrá ser con el concierto ni el beneplácito de los elegidos. Tendremos que informarnos mejor de lo que realmente pasa a nuestro alrededor y no conformarnos con las historias que nos cuentan.

 Así nos contaron, por ejemplo, que los funcionarios, poco menos, eran los responsables de los males del mundo y consiguieron que los más exaltados se les lanzaran a la yugular haciendo que casi fueran linchados en las plazas de los pueblos, después de bajarles los sueldos, claro está. Pero ¿cuándo fue que éstos, en los que se incluyen maestros/as, policías, bomberos, enfermeros/as, médicos, y un largo etcétera, hundieron los mercados, dejaron de pagar sus impuestos, hicieron bajar la Bolsa o extendieran la peste bubónica por el mundo?

 Han querido, igualmente, hacernos responsable de lo que llaman crisis. Y nos achacan, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades ¡qué me expliquen cuándo fue eso! Porque, -como bien dice un amigo instruido en estos temas, y, hasta donde yo alcanzo a comprender-, nosotros no hemos construido aeropuertos inservibles, ni deteriorado la sanidad ni la escuela pública, tampoco hundido la banca o inflado la economía, ni siquiera hemos provocado déficit al Estado. En cambio, los que quieren que nos esforcemos todavía más, si han vivido por encima de nuestras posibilidades. A ellos es a los que hay que pedirles el esfuerzo.

 De ahí mi desconfianza. Tendremos que consultar los libros de Historia para comprender que las mejoras sociales se han conseguido cuando el pueblo se hizo oír. Si queremos que algo cambie tendrá que ser desde abajo. Los de arriba están muy ocupados y más preocupados en sus propios y personales asuntos.

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