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Bendito turismo

Cuando las cosas se ponen feas, las personas nos hacemos más cautos. A veces, simplemente, más miedicas. Olvidamos los sinsabores del pasado cercano y comenzamos la loa inacabable de todo lo bueno que teníamos antes, antes de ahora. Hasta hace poco, esa loa se refería a aquellos años en los que vivíamos sin turismo, esclavos de la tierra y el mar, de la lluvia y los vientos, de la gallina, la cabra, los chícharos y los tollos secos. Hasta hace unos años, antes de esta crisis, mientras recibíamos un buen sueldo del sector servicios y la construcción, que cabalgaban a sus anchas por esta islita de unos 800 kms2, nos gustaba regodearnos en nuestro pasado tan poco contaminante como mísero. Nos parecía una bendición poder echarnos al sol encima de la albarda de la burra, venir con las alforjas llenas de hierba para los animales e ir al litoral a calar para traer unos pescaditos para comer frescos y jarear.

¡Qué bonitos eran aquellos recuerdos!  Y cuánto los disfrutábamos mientras teníamos un buen coche delante de la casa nueva y disfrutábamos de un buen vino con los amigos en esos días de asueto. Qué bonito era ese pasado primario sin horarios, sin ingresos, con una economía de subsistencia, sin apenas médicos y con escuelitas de penosa estampa. En cambio, que malo era el presente con vacaciones pagadas, coches para cada uno de los miembros mayores de edad de la familia, viajes al extranjero, horarios cada vez más cortos y sueldos cada vez mayores. Tarjetas de créditos, clases particulares para los chicos, spa para relajarse y tiempo libre. Además, todo ello, con el soporte potenciador de un estado del Bienestar medianamente construido. ¡Malísimo todo!

 

Pero mira por donde, ahora, con la crisis, ha empezado a borrarse ese pasado glorioso de pejines, gofio, albardas y chalanas. Y nos invaden, de otra manera y de qué manera, las bondades de ese turismo. En la manifestación del 24M, donde más de 20.000 lanzaroteños salieron a la calle para oponerse a las prospecciones petrolíferas, ya se veían carteles, pancartas y gritos en contra del petróleo y a favor del turismo. Es la primera vez que se hace. Hasta ahora, las manifestaciones eran contra los desmanes de los especuladores, contra el crecimiento turístico, y cosas así. Pero ahora la gente quiere el turismo, ha empezado a ver sus virtudes a medida que va perdiendo muchas de sus ventajas. Esperemos que no sea demasiado tarde, no sólo para el turismo sino también para todos nosotros. Que no sea tarde para aprender también a adiestrar nuestros recuerdos y no dejarnos llevar por la pasión bajo los efluvios de un buen moscatel o malvasía y aprendamos a ver lo que tenemos. Es la mejor forma para no perderlo, para no tener que recordarlo, después, con la añoranza de los versadores bohemios y costumbristas.

 En esta Semana Santa, entre rezos, recogimientos y procesiones, los lanzaroteños miraban más para el aeropuerto que para el altar. Confían más en el turismo que en su fe religiosa para darle salida a esta crisis y para reincorporar al mercado laboral a las más de 17.000 personas que peregrinan al Servicio Canario de Empleo en busca de las prestaciones del paro y ayudas sociales. Van a misa, no la mayoría, y rezan pero celebran con más alegría los buenos datos de ocupación, aunque esperan que haya una mayor correlación con la contratación de trabajadores, que la resurrección. Aunque hay tiempo para las dos cosas. Sobre todo, para aquellos y aquellas que no tienen trabajo y pueden dedicar su tiempo a ir de promesa en procesión y romería mientras los controladores hacen su trabaja en el aeropuerto.

Y turistas se ven más que procesiones. Los centros turísticos, los restaurantes, y las zonas turísticas muestran un aspecto muy saludable turísticamente. Es verdad que es sólo una semana, pero yo espero que en abril el paro baje, como una señal corta pero contundente de que el turismo nos sacará de esta crisis, a poco que nos lo tomemos en serio y seamos capaces de modernizarlo, sin necesidad de mancharnos de petróleo ni de volver a calzar tomateros, plantar cebollinos ni embarcarnos a la intemperie en barcos de papel y estrecheces.  Santa Semana, bendito turismo.

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