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Recordando el enfoque educativo martiano

En diciembre pasado no fue la primera vez ni será la última que reserve unas líneas  para referirme a la encrucijada del alumnado canario y español en general para resolver problemas complejos, tener pensamiento crítico y comunicarse de forma efectiva.

Mes y medio después de los últimos, y peores, resultados del país en el Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA), el Gobierno de España anuncia 500 millones de euros para el desarrollo de un plan de refuerzo en matemáticas y comprensión lectora que, según la estimación oficial, llegará a 5 millones de jóvenes de Primaria, Bachillerato y Formación Profesional Básica (FP).

Ya hay debate sobre la futura metodología de aplicación del plan y si la cuantía es o no suficiente, pero el estar en dichas competencias por debajo de la media europea, compromete atención, preocupación, presupuesto y actuación, si queremos de verdad y somos capaces, recordando a José Martí (1853 -1895), de distinguir la educación  como  “poner al hombre a nivel de su tiempo”.

Este domingo 28 de enero se cumplieron 171 años del natalicio del ‘Apóstol de la independencia de Cuba’, y aunque Martí es reconocido como político, ensayista, filósofo, orador, líder revolucionario y uno de los más grandes maestros de la poesía y de la prosa latinoamericana, no es especialmente identificado como pedagogo, nunca escribió libros sobre didáctica, pero en su obra literaria, ensayos, discursos y otros documentos, está presente la problemática educativa, aparte de que es la educación el fundamento de su pensamiento y acción libertaria, objeto de estudio en ámbitos académicos de Europa y América.

La educación universal con perspectiva humanista y cultural, y tomen nota señoras y señores PCRs (políticos (as) confinados en redes sociales). El enfoque martiano predica una educación que trasciende la sola transmisión de conocimientos confiados en la memoria, “quien dice educar, ya dice querer”, estableciendo entonces relaciones entre la formación científica, los sentimientos y el pensamiento crítico estimulado por la cultura en sus distintas y enriquecedoras manifestaciones.

Un artículo de la Revista de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla destaca la crítica de Martí a la supremacía de la enseñanza basada en la memoria  y al ritual predominante de la conferencia en las aulas. En el siglo XIX, el intelectual reclama “respeto para la inteligencia de los educandos, llama a utilizar métodos socráticos para la escuela latinoamericana y da sabios consejos a quienes quieren dedicarse, con amor, a la enseñanza. En 1883 ya afirmaba: no hay mejor sistema de educación que aquel que prepara al niño a aprender por sí”.

Es innegable que la base está en el conocimiento, otra cosa es cómo se transmite, y llega, y atender la revalorización de la cultura desde estudios primarios, que curiosamente no aparece destacada en los planes gubernamentales para aumentar el nivel académico y capacidad de análisis de  nuestros estudiantes.

El Gobierno de España divulga medidas a saber en su plan de choque: menos alumnos por aula en matemáticas y comprensión lectora para lo que propone la división de grupos contratando más profesores, clases de refuerzo sin coste alguno fuera del horario lectivo y programa específico dirigido al profesorado para la mejora de la enseñanza de las matemáticas.

En la promulgación de la educación como elemento primordial de transformación social, la reflexión martiana apunta sobre la metodología que “la atención se cansa de fijarse durante largo tiempo en una misma materia, y el oído gusta de que distintos tonos de voz lo sorprendan y lo cautiven en el curso de la peroración”.

Todavía, creo, hay esperanza para preparar al hombre para la vida de su tiempo, respetando el derecho inalienable a la educación. “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”, de José Martí.

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