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Añoro el Carnaval de la gente

 

La última vez que medio participé del Carnaval de Barranquilla fue en 2009 cuando mi mujer y yo decidimos hacer coincidir las vacaciones con esos cuatro días de jolgorio para que nuestro hijo, que entonces tenía poco más de cinco años, ‘viviera’ de cerca una de las manifestaciones culturales más importantes de Colombia y Latinoamérica que disfrutamos desde chicos.

‘Quien lo vive es quien lo goza’, reza ya desde hace algunos años el eslogan del Carnaval barranquillero que cuenta más de un siglo de historia, pero claro, si no puedes vivirlo a plenitud, ¿cómo carajo vas a gozarlo?

Me llevé un cabreo importante porque los grandes y multitudinarios desfiles como ‘La Batalla de Flores’ y ‘La Gran Parada’ están totalmente privatizados. La persona que no tenga la capacidad de pagar un palco a lo largo de su recorrido está casi que condenada a no disfrutar - vivir la festividad. El espacio auténticamente público es residual, queda para la “plebe”, para el pueblo, para la gran mayoría de gente entre quienes están los familiares de los hacedores del Carnaval: cumbiambas, danzas, comparsas, disfraces, carrozas, comedias que ingeniosamente se mofan de la realidad nacional y mundial, grupos folklóricos, bailarines, tocadores y reinas populares que soportan el calor y la humedad del Caribe para el disfrute de vecinos y turistas.

Toda esa gente de distintas generaciones que se ha machacado y se sigue machacando durante todo el año preparando el Carnaval son los que enriquecen, sin enriquecerse ellos, el valor cultural de la fiesta; son quienes tienen el mérito de dos grandes designaciones de las que presumimos mucho los barranquilleros, que el Carnaval sea Patrimonio Cultural de la Nación, dictaminado así por el Congreso de la República,  y sobre todo la principal portada de venta al mundo del Carnaval de Barranquilla, el ser Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, título este otorgado por la UNESCO, que como no espabile la ciudad, nos quedamos sin título y sin fiesta, y esto aplica para todas las manifestaciones culturales en cualquier parte del mundo.

La fragilidad está dada porque el valor patrimonial no radica solo en la manifestación cultural de la fiesta, en este caso el Carnaval de Barranquilla, pero puede ser cualquier otro evento de una comunidad o región,  sino en el conocimiento, arte, técnicas y buen hacer que debe transmitirse a nuevas generaciones, y es en ese periplo donde la tradición corre el riesgo de desvanecerse.

La salvaguarda es esencialmente la comunicación del patrimonio de generación en generación, así que la reflexión apunta a ¿qué es lo que estamos transmitiendo?

El año pasado me senté frente a la tele para seguir parte de los dos grandes desfiles carnavaleros de Barranquilla y fue realmente decepcionante. Entre la música reguetonera y otros ritmos que no tienen nada que ver con el Carnaval, camiones desangelados presentados como supuestas carrozas, influencers dizque protagonistas del desfile haciéndose selfies, cantantes gritando y pidiendo a su vez gritos al público, mientras que los grupos tradicionales quedaron relegados a la cola del desfile, incluso ofreciendo su arte ya con la gente abandonando los palcos y borrachos invadiendo la calzada, fue un caos indecible que no puede presentarse como patrimonio.

De momento, lo mejor es ‘puyar el burro’ para fiestas populares en barrios, vacilarla con gente cercana que alimenta el desorden sano, reconocer la autenticidad, dar la bienvenida a elementos que sumen y enriquezcan la tradición y disfrutar para que no nos quiten lo bailao.

En 2003, cuando tenía año y medio de haber aterrizado en Lanzarote, fui a un encuentro carnavalero de calle en el entorno del centro cultural El Almacén que me recordó el ambiente de una fiesta de barrio que se hacía y es probable que se siga celebrando en Barranquilla por carnavales, la fiesta organizada por la colonia sanjacintera donde actuaba, entre otros artistas, el maestro Adolfo Pacheco (Q.E.P.D), hijo ilustre de ese pueblo del Caribe colombiano llamado San Jacinto, autor de la canción ‘La hamaca grande’ que internacionalizó Carlos Vives. Allí, como en la experiencia de El Almacén, todo era alegría, vivencias y gozadera total, así sí, ¡que viva el Carnaval!

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