Reconozco de antemano que, cada día que pasa, odio cada vez más a los embaucadores, a esos narcisistas matutinos o vespertinos que tienen como único propósito engañar a la gente de este pueblo en beneficio de los ricos del lugar, con intermediación de sus medianeros, los políticos de turno. ¿Está bien usar la palabra odio? ¡Está bien usar la palabra odio! Y está bien porque no se puede sentir otra cosa contra estos “vendepatrias” (vendedores de patrias ajenas, porque ni tan siquiera son de aquí muchos de ellos, pero llegan y ya se creen que son más de aquí que los propios volcanes y se inventan el pasado, presente y futuro de la isla a su regusto de corrosivo invasor). Antes me producían tristeza estos personajillos más propios de los tiempos del No-do, alejados de sus lugares de origen por ser incapaces de encontrar trabajo y prosperidad allí donde los parieron sus padres (si no es que nacieron por generación espontánea al encontrarse dos células del mal). Pero ahora, estos vividores de la mentira, que llegan a fingir estar enfrentados al político de turno, para ganar credibilidad ante sus engañados seguidores, cuando les alaban a cambio de unos buenos euros (a veces en negro y a veces sacados del erario público sin pereza ni justificación), me producen asco. ¡Se puede escribir asco? Se debe escribir asco, cuando lo que uno siente no es otra cosa.