Vieja y dulce Lisboa
Nunca ha sido la niña bonita de Europa y, sin embargo, ¿quién puede resistirse al encanto de sus miradores? Entre sus intrincadas callejuelas, con la humedad adherida a la piel y a ritmo de fado, se produce el flechazo. Lisboa se maquilla de decadencia, con sus paredes desconchadas, sus azulejos añejos y sus callejuelas empinadas de piedrecillas informes, a modo de aceras, que hacen inviable encaramarse en unos tacones.
Así, caminando en plano y sintiendo el suelo, se puede recorrer la zona Baixa;
Para subir al Barrio Alto, nada mejor que montarse en el celebérrimo elevador de Santa Justa, para visitar
A pesar de ello, no hay nada más pintoresco que Alfama, el barrio más antiguo de la ciudad y el lugar idóneo para probar la comida típica portuguesa, con sus mil y una maneras de preparar el bacalao. También en esta zona, los fines de semana, tiene lugar un mercadillo en que se pueden encontrar desde cámaras polaroid hasta postales antiguas dedicadas, muchas de ellas ‘com amor’.
A pesar de todo, habrá que hacer uso de los típicos tranvías, o de las guaguas, para llegar a la torre de Belem, espectacular cuando se pone el sol a sus espaldas. Pero antes, debemos pasarnos por
El río Tajo sigue su camino hacia el Atlántico. A su vera vuelan mil gaviotas y, en la otra orilla, se alza el Cristo Rey, una copia del de Río de Janeiro, que parece velar por el orden de Lisboa.