
Tengo la suerte de tener unos amigos que no pasarían el detector menos riguroso de enemistad. Son de esos que les dices que has sacado un 9,50 sobre 10, en un examen donde solo aprobaste tú, y, en lugar de felicitarte efusivamente, te preguntan que cómo pudiste perder medio punto. De esos que, si estas enfermo, te están preguntando cómo estás todos los días a todas las horas. Pero desde que les dices que estás bien, ponen la misma cara de tristeza y contrariedad que si les hubieses dicho “cáncer terminal”. Son buena gente, pero no se les nota nada. Aunque, en el fondo, seguro que son personas. Seguro que, incluso, cuando se trata de ellos, no son tan exigentes y en el mismo examen, si ellos sacaran un 0,5, resaltarían las virtudes de no quedarse a cero y te reprocharían que les afearas esas bajas calificaciones.