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SEÑORES DEL CAMPO

No visten como señores, son señores vestidos. Posiblemente pobres, pero señores. Levantados desde bien temprano para atender sus tierras, sus fincas y asegurar, hasta donde se puede en una isla seca, el sustento de la familia. Con chaqueta al campo, sí, con chaqueta. Porque el esfuerzo y el sudor no tienen porque restarle mérito a la presencia del hombre. El camello delante, cargado con el arado con el que le toca lidiar durante la siembra de la sementera. Debe ser invierno, porque era cuando se esparcían las semillas de lentejas, cebadas, chicharos y arvejas por los campos marginales y los hombres y los camellos, en alianza buena, las enterraban entre surcos estrechos. El hombre camina, ahora, detrás del camello, como ha hecho durante todo el día en la finca. Reconociéndole su mérito y sabiendo que conoce el camino de regreso tan bien como él de hacerlo tantas veces juntos, igual de cansados. Atrás de ellos, el segundo hombre, sentado sobre el burro, conversa en la distancia con el amigo mientras su animal trabaja después de una mañana de pasto seco. Van por Teguise, con el Castillo de Guanapay o Santa Bárbara, de referencia al fondo. No es sino un día más de su rutina diaria. Pero hoy nos parece una estampa extinguida y maravillosa.

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