PUBLICIDAD

Nos tratan como a chinijos, gobernantes paternalistas

Parte de guerra (9)

Domingo, día 12 de abril de 2020.  Son las siete de la madrugada. Entramos en el vigesimonoveno día de confinamiento. Hoy, Domingo Santo, Feliz Pascua de Resurrección a todos esos católicos que echan más de menos las procesiones que las playas, los senderos y los viajes. Aun así, hoy, final también de la primera prórroga del estado de alarma, nos preparamos, con el corazón en alto, para afrontar la segunda y las que vengan, si son necesarias para derrotar al maldito coronavirus que nos provoca la angustiosa enfermedad Covid19.

Soy disciplinado. Especialmente, cuando entiendo que lo mejor que puedo hacer, por ser lo más beneficioso para la sociedad y para mí, es lo que me están mandando. Aun así, me molesta enormemente el exceso de paternalismo gubernamental. Que nos traten como chinijos, que nos administren la información como las pócimas de arsénico. Saben que acabarán matándonos pero lo hacen poco a poco, sin decirnos nada del asunto. Y por nuestro bien, claro. Mañana comenzamos la segunda prórroga del estado de alarma y su correspondiente confinamiento. La segunda prórroga. O sea, que la medida que nos anunciaron se quedó corta, y la prorrogaron e intensificaron durante el mismo tiempo y, ahora, devuelven a sus trabajos a muchos empleados de actividades no esenciales y nos vuelven a confinar, por tiempo parecido, como al principio. Y nos dicen, además, y ahora, que no descartan ampliarla, de nuevo, hasta mayo, cuando acabemos esta el 26 de abril. Hay que hacerlo y se hace, nada que objetar. El virus no se va a ir antes porque nosotros tengamos prisa, y con el virus en la calle, la calle no es calle ni es nada.

No cuestiono la medida. Pero sí su forma de comunicarla. Desde el primer momento, las autoridades sanitarias y gubernamentales en general, sabían que el confinamiento iba para largo. Sus conocimientos, las experiencias en China y en Italia y el sentido común ayudaban a presagiar que nosotros, ante el mismo problema, y con algunos errores más, no íbamos a salir antes del entuerto. No hace falta ser médico, ni científico. Basta con no hacerse el sueco ante la realidad, ni hacer el indio. Pero es que ese afán de paternalismo oficial, ese convencimiento de que no vamos a aguantar la crudeza de la desgracia, que necesitamos un entrenamiento dirigido por las autoridades, vigilados por las Fuerzas de Seguridad del Estado y Militares, nos coloca entre esas poblaciones del mundo donde la verdad solo fluye si no es necesaria o costosa para el emisor.

Nos han servido las medidas por trozos, como el carnicero que vende por kilos la carne diciendo que no hay sino la expuesta. Eso le permite a él especular con el precio y a los clientes comérsela como si fuera un manjar único. Al día siguiente, vuelven a la carnicería, y se encuentran al carnicero con la misma estrategia pero algunos ya empiezan a creer que tiene la vaca entera en la nevera. Al tercer día, los clientes ya saben que la única carne que no le falta al carnicero es la de vaca. Y al cuarto, ya no le creen nada al tendero. No hay que negarle al carnicero su habilidad para sacar como manjares sus primeros trozos de carne. Pero ahora sus clientes están con la duda de hasta cuándo tendrán solo carne de vacuno. Y el problema es que ya no le cree al carnicero. Y ya o no come carne de vaca o se la come con mala gana porque cree que esa ingesta va a ser la única disponible por mucho tiempo.

En Europa, en los países que están viviendo la misma realidad que nosotros, aquellos sin acento latino y con menos devoción por nuestro catolicismo del pecado y del perdón, valen simples recomendaciones para que la gente se quede en su casa. Y cuando no es suficiente, se les habla como adultos, como ciudadanos con mayoría de edad, y se les comunica con más sinceridad. Saben, de entrada, que los confinamientos van para largo desde el principio. Y también saben sus gobernantes que a sus ciudadanos electores no les gusta que les engañen. Que se lo toman muy mal y después votan en consecuencia. En España, en cambio, los políticos nos mienten por “nuestro bien”, nos tratan como a chinijos porque, en el fondo, es lo que son ellos en el ejercicio del poder. Y nosotros acabaremos dándole la razón. Nos mienten porque no soportamos la verdad. Si nos dicen desde el primer día, desde el mismísimo catorce de marzo, que íbamos a estar confinados, en casa, uno o dos meses, con la policía rondando por nuestras calles, y prohibiéndonos la salida para todo aquello que no fuera esencial, están convencidos de nos hubiésemos tirado a la calle, unos con banderas y palos, y otros acabarían tirándose desde las ventanas. Y si encima nos dicen que la pandemia iba a matar a miles de familiares, amigos, vecinos y compatriotas nuestros, entre un caos sanitario y gubernamental de aúpa, acudiendo a un mercado sanitario estresado y bandido que vende al mejor postor y no al que más lo necesita, a comprar respiradores, mascarillas, EPIs, y medicamentos para parar al coronavirus y curar la Covid19, nos hundían en la miseria anímica más espantosa. Y aquí estamos, los que no se han ido ya con coronavirus.  Y seguro que creen que tenemos que estarles muy agradecidos.

Pupitres de nuestras clases de EGB de los años 70 vacías como las calles nuestras ahora.

La sociedad, el conjunto de hombres y mujeres que transitan y se relacionan en un lugar concreto, me hace recordar las viejas aulas de mi infancia, cuando, en pupitres de a dos, teníamos que aguantar las explicaciones redundantes y monótonas repeticiones en pro del conjunto de la clase. La primera explicación era más que suficiente para los diligentes alumnos de los primeros pupitres, interesados en aprender. La segunda y tercera eran necesarias para un pelotón mayor que, por cuestiones varias, ya fueran intelectuales o sociales, necesitaban un poquito más de empeño del maestro para recoger las enseñanzas. El resto de las explicaciones, la cuarta, la quinta, la sexta y hasta la décima había que hacerlas para el pelotón de cola, aunque todos supiéramos que allá detrás había interés por todo menos por aprender. No sabemos cuándo y por qué exactamente un alumno acaba formando parte del tren de cola, pero, una vez allí, se empoderaban en la subnormalidad más profunda, de tal manera que acababan, ya en quinto de EGB, fuera de los colegios y dentro de cocinas, convertidos en imberbes freganchines, en peones aniñados o en delincuentes avezados de fin de semana. 

Está claro que el gobierno nos trata como si fuéramos todos de ese tren de cola. Nos trata  como a chinijos a los que hay que explicarles mil veces cómo lavarse las manos, cómo guardar la distancia social y qué hacer cuando se tienen síntomas compatibles con el alojamiento en nuestros cuerpos del mal bicho. Pero están ante la sociedad española mejor preparada de toda su historia. Cada vez son menos los del último vagón, los que ni saben ni les interesa. Los hay, y lo demuestran todos los días en esta situación, saliendo a la calle en clara provocación. Cada vez son más los que saben y quieren saber, que tienen formación y capacidad para que se les diga la verdad y puedan organizar el entuerto como bien puedan y quieran dentro de la normativa restrictiva. Y después hay un montón de gente que admite el paternalismo y lo sigue a rajatabla. Y eso es así en muchos estados.

Pero echo de menos la información seria, realista, pública, desde el principio. Sin miedos a informar, sin temores por no ser capaces de tener el equipamiento necesarios y agarrotados porque consideran que decir cualquier cosa desagradable puede ocasionar el temido pánico social. Esa falta de confianza, del político en nuestra gente, demuestra la percepción obtusa del pueblo, la lejanía del político del entorno social y la incapacidad de tranquilizar con la verdad como restricción ineludible. Si nos hubiesen dicho que la cosa iba para largo, y nos hubiesen explicado por qué, no estaríamos frustrándonos cada quince días porque queremos pensar que el fin del confinamiento es sinónimo del fin de coronavirus. Percepción nuevamente errónea.

¿Cuándo vamos a dejar de un lado la picaresca, el paternalismo, la mentira y el populismo como armas fundamentales públicas de control en nuestras sociedades? ¿Necesitamos todas esas taras para ser latinos?  ¿Queremos seguir siendo latinos así para siempre? Ahí les dejo eso. Me voy a lavar las manos por enésima vez.

Comentarios  

#1 ciudadano 12-04-2020 19:30
todo muy bien, estoy de acuerdo.
falta decir que todo esto para esconder la total ineptitud del gobierno.
Citar

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar