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Quien hace el bien, sin mirar a quién…

Benjamin Perdomo muestra tener más destreza conduciendo el elevador de carga (caterpillar) que en la gestión.

Parte de guerra (11)

Viernes, 17 de abril de 2020.  Día trigésimo cuarto de confinamiento. Son las cinco de la madrugada.

Treinta y cuatro días, en la trinchera casera. En todo este tiempo, treinta y cuatro días con sus respectivas noches, apenas he salido a la calle unas cinco horas. Y eso que, durante la primera semana de Estado de Alarma, fui dos veces al programa “Café de Periodistas”, de Lancelot TV, lo que se consumió tres de esas cinco horas. Al margen de esa salida para trabajar, apenas he salido tres veces para ir a la farmacia y cuatro para ir al supermercado, escapadas del hogar de apenas unos quince minutos cada una, en distintos días, principalmente viernes y domingo. El resto de los días, he cumplido a rajatabla la recomendación  de quedarme en casa. Es la trinchera más eficaz para romper la cadena de transmisión del coronavirus SARS-Cov2, y salvarse de la Covid19, en el momento más agudo de la pandemia. También sigo a rajatabla el mandato sanitario de mantener la distancia social y lavarme las manos con frecuencia, y con agua y jabón. En realidad, creo que no he hecho otra cosa más importante en este periodo de más de un mes de encierro doméstico.

Llevo unos días sin pintar las tablillas del suelo de la terraza. Se me acabó el barniz y el aceite Teka y estoy a la espera de que me los reponga FT. Ahora sí que parece que estamos en guerra, con maderas por todos lados, unas recién pintadas, otras pendientes de pintar y unas terceras que ya no sé si las pinté o no. Sigo con la dieta del ayuno intermitente, a mí manera, pero tuve que recuperar la cinta del sector que ocupa mi mujer, la sanitaria, porque el sedentarismo estaba acabando con mis logros de autocontrol del exceso de peso, conseguido a base de horas de bici y senderismo ilusionado.

Los conciertos multitudinarios de The Beatles me emocionan y me ruborizan en estos momentos de distanciamiento social.

El miércoles, además, en la segunda sesión de cinta, disfruté por partida doble. Por una parte, intentando avanzar a 7 kilómetros/hora con la máxima pendiente del artilugio deportivo. Por otra, mientras las gotas de sudor empapaban mi desgastada ropa deportiva, veía en la televisión, en La2, un programa sobre The Beatles, donde contaban sus giras en sus tiempos iniciáticos en los años sesenta. Debe ser completamente imposible que un joven de menos de 25 años se haga una idea de cómo podrían ser aquellas giras mundiales de los chicos de Liverpool, sin internet, con una televisión muy primitiva y poco expandida. Y aun así, sus conciertos en las principales ciudades del mundo se llenaban hasta lo indecible. En estos momentos, de pandemia y de distanciamiento social, me emocionan y me ruborizan, a partes iguales, esas imágenes de miles de jóvenes apelotonados y felices acompañándoles en sus repletos conciertos en medio mundo. Por esos años, en Tías, mi pueblo, era más fácil ver a los chicos aprendiendo a  rebuznar o a cacarear, como burros y gallinas de postín, que imitando a estos genios rompedores de listas musicales y corazones “teenagers”. Seguro que tampoco los jóvenes pueden hacerse una idea de cómo era mi pueblo en aquellos años.

Después de 34 días, las cosas empiezan a relajarse. Sí, también en mi frente. Pero sin cometer obscenidades ni temeridades. Pero el miedo inicial al enemigo se ha transformado en un precavido respeto. Se han visto demasiados muertos en esa España peninsular, en ese Madrid que conozco y en el que tengo parte de mis tesoros, y mucho sufrimiento. Demasiados muertos con Covid19. Pero es cierto que en Lanzarote, por el momento, la cosa ha sido más leve. Seguro que hay muchas más personas infectadas que esos 76 casos confirmados que llevan cuatro días ondeando en el mástil informativo desde el pasado domingo como casos acumulados de Covid19 en la isla. Pero el hecho de que no hayan llegado al hospital, ni ocupen camas en su UVI/UCI/UMI, es una señal clara de que todavía, al menos, no hemos sufrido esa virulencia que sí ha tenido en otros lados.

Les decía que la cosa se ha relajado. Que el miedo inicial ha dado paso a otra cosa. Y no sólo en mi trinchera, donde mi adolescente querida me tiene enormemente sorprendido y orgulloso. Ha salido a la calle, incluso, menos que yo. Apenas ha salido a darle dos vueltas de cinco minutos de reloj suizo a Messi. Y mantiene un buen humor y una capacidad de estudio envidiables. Desde los tiempos en los que yo era un adolescente, y veía a mi hermana pequeña, Encarna, estudiando horas y horas, plenamente satisfecha y ansiosa de aprender más y más, no tengo un recuerdo igual. Me ilusiona saber que se vale consigo misma para imponerse tareas, marcarse objetivos y afrontar retos nada fáciles. Me gusta menos lo que veo en la calle. Es una forma de hablar. En la calle no se ve a nadie. Me refiero al relajamiento político. Pasado el miedo inicial al enemigo invisible, común a todos, los políticos ya empiezan a recuperar sus modales.

 Me temo que la Covid19 puede cambiar el mundo económico y social. Pero también estoy casi convencido de que la clase política española y local seguirá enfrascada irremediable e irresponsablemente en sus batallitas partidarias y banderías propias. Parece imposible que ni una cosa así les haga tomar conciencia social, desprenderse de sus ambiciones y sumergirse entre su gente. Esta peste del siglo XXI, me refiero al coronavirus no a los políticos, me parece que nos va a dejar más pobres, más tocados, pero con los mismos modales políticos. En la política nacional, se busca un frente común para la reconstrucción, pero solo afloran los comportamientos más desleales y chulescos. Por ambas, o por todas partes. ¡Qué tiene que pasar para que estos remen en la misma dirección sin temer que van a perder su carguito o sus sueños! ¿Realmente se puede pensar que no pasa nada cuando el escenario público se llena de féretros, de cadáveres, de sufrimiento, de incapacidades? ¿Se puede poner más interés en exigirle al rival que se ponga una corbata negra en señal de duelo que en dar la mano para amortiguar o humanizar el dolor de familiares, amigos, vecinos, conciudadanos de casi veinte mil muertos? ¿Se puede querer dirigir un país con el apoyo de los demás haciendo las cosas sin consultar con nadie? No lo creo, ni quiero esos comportamientos.

Pero si negro está el panorama político nacional, los nubarrones tampoco son pocos en Lanzarote. Superado el mes de estado de alarma y confinamiento, han empezado a asomar sus cabecitas, sin que haya habido desescalamiento general alguno, los políticos en fotos varias. En ese plan tan feo de marketing político frívolo en tiempos de funerales. Hasta el propio Pepe Juan Cruz, que había utilizado sus factores de riesgo para quedarse en casa el tiempo que le da la gana, ha salido para contrarrestar el protagonismo, merecido, que estaba cogiendo su concejal de Servicios Sociales. Y así le vemos recibiendo material sanitario a unos pasos de Nicolás Saavedra, mientras la fotógrafa les hace las correspondientes fotos. Tampoco tienen desperdicio alguno las fotos del consejero delegado de los CACT, Benjamín Perdomo, conduciendo un elevador de carga en la preparación de menús solidarios mientras no se deciden a tomar medidas para salvar los Centros y sus trabajadores de lo que viene. De todas formas, hay que reconocer que, en las fotos, Benjamín demuestra más prestancia conduciendo el carricoche que dirigiendo los CACT. Quizás no fuera mala idea buscarle acomodo en los almacenes de la propia empresa.

Pero, a pesar de todos los pesares, no se puede perder tampoco la perspectiva. Aunque sea la perspectiva que se puede tener desde la distancia, desde las ventanas de la casa trinchera; las de siempre, esos ojos que se abren en las paredes de los inmuebles para no alejarse del todo de la calle, y de las telemáticas, ampliamente utilizadas también en estas fechas y que te ofrecen un panorama más amplio y diverso que tu propia calle y circunstancias. Hasta ahora, ha habido en la isla un entendimiento plausible entre las instituciones. Otra cosa es qué está pasando dentro de cada una, en esas relaciones de poder, entre gobiernos y oposiciones. Pero entre alcaldes y presidenta del Cabildo sí ha habido una estrecha y fructífera relación en este periodo de Estado de Alarma sanitaria. Y la presidenta ha sabio liderar esa realidad. Tanto frente a los alcaldes, como también con las organizaciones sociales y empresariales de la isla.

Dolores Corujo tiene el reto excepcional de liderar Lanzarote es un periodo de pandemia y crisis económica generalizada.

Dolores sabe que es un reto y una oportunidad en todos los sentidos. Tampoco se le escapa que es un periodo que está lleno de trampas emocionales y de vulnerabilidades de todo tipo. Se pueden hacer amigos para siempre, pero también se pueden cimentar enemistades irreconciliables. En estos casos, el sector público tiene que ser más público que nunca. Más impersonal, menos partidista. Los juegos políticos partidistas hay que reservarlos, como el resto de los juegos, para los ratos de recreo emocional, no valen cuando se ahogan los sueños y las vidas de los semejantes. Lo que no significa que no se valore políticamente. Exactamente, quiero decir todo lo contrario, que no hay que hacer política porque todo es ya política. O sea, la única respuesta que todos esperamos no puede venir sino de la res publica y eso es, en definitiva la política. Por eso, estoy convencido de que Dolores Corujo tiene que abrir la mano y sentarse generosamente con la oposición. Dejarle su minuto de gloria en su triunfo final. Porque si todo sale bien, y de eso se trata, la gran triunfadora política será la presidenta. Precisamente porque no se trata de esto, en este momento, es por lo que lo será irremediablemente así.

Si demuestra que supo ser la presidenta de todos, cuando todos necesitábamos un líder, o una lideresa, ¿por qué no vamos a confiar en ella mañana, o pasado mañana, o cuándo sea, de nuevo? Ahora bien, si no es capaz de ser la presidenta de todos en estos momentos de máximas dificultades para todos, ¿cuándo lo va a ser? Lo tengo clarísimo, y puede que el confinamiento me haga verlo de esta manera, las cosas en los momentos difíciles son más simples que nunca. Y quien hace el bien, sin mirar a quién, no tiene más rivales que los que solo quieren hacer el mal. Y eso lo entiende cualquiera. Hasta yo, mire usted por dónde.

           

Comentarios  

#1 Teodoro 18-04-2020 10:26
Quiza les vaya como a Winston Churchill: ganó la guerra pero perdió la paz. Suele ocurrir.
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